LAS PERSONAS que más nervioso me ponen, aquellas que estoy deseando que se vayan al baño para calzarme las zapatillas de Gebrselassie y ponerme a salvo, son las que lucen nivel cero de autocrítica. Creo que fue por los 25 años cuando empecé a darme cuenta de que yo, en cualquiera de mis conflictos, suelo darme la razón en todo: de que mi cerebro, al menos mi cerebro del corto plazo, es un árbitro caserísimo que siempre pita penaltis a mi favor, por mucho que la falta se cometa tres metros fuera del área o que ni siquiera sea falta. Sin haber leído aún a Dawkins (El gen egoísta), empecé a darme cuenta de que todo mi yo está constituido de átomos de autodefensa, y que para luchar contra esos átomos debo esperar un tiempo, aprender a pensar contra mi cerebro, ese cerebro malo que siempre tiende a presentarme una primera versión maniquea de lo sucedido, hasta adquirir la suficiente perspectiva como para que surja mi cerebro bueno, el cerebro del medio plazo o del largo plazo, que es el que me hace ver matices, asumir errores, pedir perdones cuando hace falta y desarrollar el sentido del humor, que es lo que nace cuando ves que tus planes y planos se van al traste y te das cuenta del personaje vanidoso y ridículo que eres.
Y aquí viene el problema. De lo que yo me di cuenta a los 25, la mayoría de la gente no se da cuenta en toda la vida. El 95% de la gente sigue viviendo en los árboles y hasta los mayores sinvergüenzas se tienen por dechados de bondad, espejismo que procede sin duda de que siguen sin poner en tela de juicio la primera versión que les presenta su cerebro. Por todas partes te encuentras con personas que te colocan el catálogo de agravios que sufren: sus profesores les tienen manía, sus parejas son intrigantes, sus amigos desleales, sus jefes explotadores, sus compañeros arribistas, sus vecinos cizañeros y sus familiares falsos. Solo ellos, ay, son buena gente y blablaba.
Y claro. Estoy hasta las narices. A los 45 es que no puedo con esta gente, que para más inri es casi todo el mundo. A veces creo que los seres humanos no somos más que expertos en marketing siempre ansiosos de colocar nuestra versión de la historia a los demás. Pero a mí no. Ya no.
O rebajáis vuestra versión de la historia y metéis sus partes de fango, o no me contéis nada.