DICE HOUELLEBECQ que a él le gusta que las mujeres sobreactúen en el papel que tradicionalmente se les ha asignado “porque erotiza las relaciones entre hombres y mujeres y hace que la vida se vuelva más interesante. No tener géneros marcadamente definidos haría que la vida se volviera más aburrida”. Lo que dice el escritor francés es una tontería muy grande: en todos los lugares donde ha comenzado a imponerse el epicureísmo y el feminismo los géneros se igualan y el erotismo se despliega en más y mejores direcciones. Precisamente fue el cristianismo quien afirmó de forma radical la diferencia entre géneros (no hay más que leer una historia de la moda o el vestido) y redujo el sexo a la reproducción. Pero el rollo de Houellebecq ya lo conocemos porque vive de eso: del supuesto fracaso de los ideales ilustrados. En lo que respecta al feminismo siempre saca el mismo chascarrillo a relucir: la cantidad de mujeres superfeministas francesas, amigas de él (cuesta pensar que este tipo tenga amigas feministas, pero bueno), que tras muchos años de lucha se rinden y acaban viajando a Senegal para que un supernegro dominante las folle como putas baratas; de ahí extrae el fracaso del feminismo y la confirmación de que a las mujeres, en realidad, les gusta el papel secundario tradicional.

Pero justo lo contrario es lo que se puede tocar con los dedos. El feminismo va de victoria en victoria, es el movimiento que mayor transformación social está operando en el mundo entero. Tomemos el caso de España. ¿No nos acordamos ya de que, todavía en los años ochenta, TVE reponía una y otra vez las películas de Alfredo Landa y las de Esteso y Pajares, que arrasaban en audiencia? ¿No nos acordamos de que en aquella época Moncho Borrajo o Arévalo triunfaban en taquilla contando chistes de mariquitas (para mí la homofobia es una variante del machismo)? ¿De que Camilo José Cela podía presentar un libro y declarar “mis animales favoritos son el perro, la mujer y el caballo, por este orden” ante el aplauso generalizado del personal? ¿De que no había una sola mujer en el gobierno y, cuando la había, la ponían de “portavoz”? ¿De que pocos años antes las mujeres no se podían divorciar ni abrir una cuenta bancaria sin permiso del marido o padre de familia?

El feminismo ha cambiado nuestras vidas de una manera absoluta y para siempre, en solo cuarenta años, otra cosa es que no haya cumplido su programa de máximos, aquel que aboga por la indiferenciación de géneros, el que quiere reformar el idioma o el que denuncia el amor romántico tal como se ha practicado hasta ahora, pero es que para cambios de ese calado no hacen falta décadas, sino siglos. De eso vive Houellebecq, de que el feminismo no puede avanzar a la velocidad que quisiera y de que a las propias feministas les cuesta adecuar la práctica al discurso (el problema de todos los ideales ilustrados, que son a largo plazo), pero dentro de equis siglos, cuando la indiferenciación real entre géneros esté más cercana, las pataletas de Houellebecq sonarán igual de cómicas que suenan ahora las de Séneca en la Roma imperial, cuando, ante el avance del epicureísmo y del feminismo en la ciudad, escribía indignado a Lucilio denunciando que “las mujeres están empezando a penetrar sexualmente a los hombres”.


LA LEY Mordaza o similares son funestas porque el escritor no necesita solo libertad sino sobrelibertad: el escritor es un tipo que llega a los límites y se complace jugando con ellos, es alguien que conserva su primate fresco y necesita dar un puñetazo en la mesa de vez en cuando para afirmar su existencia y explorar nuevas vías de expresión. Desde Byron, desde Baudelaire, el escritor incorpora la barbaridad diogenesca a su tarea creativa (pienso en Wilde, en Schopenhauer, en Nietzsche, en Rimbaud, en Breton, en Artaud, en Papini, en Cioran, en Mishima, en Bukowski, por decir algunos casos estruendosos), por lo que salirle al paso con leyes coercitivas es cargarse algunas de las páginas o boutades más sabrosas de la escritura moderna. La barbaridad no sale gratis, ojo: cuando Nietzsche dice “Dios ha muerto”; cuando Unamuno dice “Que inventen ellos”; cuando Sontag dice “La raza blanca es el cáncer de la humanidad”, sus palabras pensadas como flechas se convierten en boomerangs que regresan cargadas de rechazo hacia sus autores, pero ese debe ser el único castigo si no queremos que se empobrezca el campo de la expresión o el pensamiento; si no queremos limitar a los escritores dentro de un sentido común que no es más que el catecismo rebañiego del momento. Esta sobrelibertad de expresión no la pido solo para los escritores sino para todos, naturalmente, pero incido en los escritores porque son los que más la necesitan. Es propio del escritor que de tanto conducir con las palabras empiece a gustarse y a hacer motocross con ellas, por lo que no se puede pedir que vaya despacio a un tipo que necesita derrapar.



LO QUE me está influyendo Schopenhauer, es que es increíble. Schopenhauer que es además un filósofo al que me tomo en serio, no como a bufones de la eslora de Platón, Séneca, Nietzsche o Cioran, a quienes no hay manera de leer una página entera sin romper a reír. Eso que escribí hace unas semanas, lo de que el optimismo es una animalidad, ya estaba bajo la férula de Schopenhauer, y esta mañana pensaba: ¿por qué una chica, por el mero hecho de ser guapa, llena tanto? ¿Y por qué el fútbol, siendo un deporte tan tonto, arrastra y da tantas alegrías a la gente? ¿Y por qué la música mala o la literatura mala tienen tanta fuerza y tanto éxito? Respuesta: porque somos empujados por la voluntad ciega de la naturaleza, que necesita que nos reproduzcamos y por tanto que no pensemos demasiado en los motivos de nuestros actos. La naturaleza necesita chicas guapas, chicos guapos, porno barato, nosotrismo, folclore, música boba y poemas-cliché: quienes se forman un mundo interior complejo son personas contra natura. Filósofos como Schopenhauer acabarían con la existencia, porque una de las decisiones que toma una persona que-se-da-cuenta-de-las-cosas es no tener hijos: Schopenhauer es un tipo que contrae la enfermedad de la vista en un mundo que necesita de ciegos para sobrevivirse.


PERO QUÉ timo más grande es el horóscopo. Me dice una chica de Instagram que había intuido por mis escritos que yo era Piscis, lo cual es cierto; y al punto me he puesto a buscar cuáles son los rasgos de mi signo, pues os juro que en 49 años no me ha interesado ni mucho ni poco conocerlos. He pinchado en Google "Cómo son los Piscis" y me ha salido esto, anda que no me he jartado a reír:
Los Piscis son personas tranquilas, pacientes y amables. Son sensibles a los sentimientos de los demás y responden con simpatía y tacto al sufrimiento de las personas que los rodean. Son muy queridos por los demás porque tienen un carácter afable, cariñoso y amable.
Las personas que han nacido bajo este signo suelen asumir sus responsabilidades y tienden a ser los primeros en resolver los problemas, además, también se preocupan mucho por los altibajos que pueden tener sus personas más cercanas.
Las personas nacidas bajo este signo tienen un entendimiento intuitivo del ciclo de la vida y por ello logran tener buenas relaciones con otros seres humanos. Los Piscis son conocidos por su sabiduría, pero bajo la influencia de Urano, pueden tomar el rol de mártir para atraer la atención. Los Piscis no juzgan a los demás y siempre perdonan. También son conocidos por ser el signo más tolerante del zodiaco.
A la luz de estas líneas creo que soy una Piscis antiPiscis, pues mis rasgos de verdad son justo los contrarios: soy impaciente, huraña, obsesiva, solitaria, rencorosa, insociable, orgullosa, narcisista, irresponsable, inútil, charlatana, ultracrítica y pelmaza moralista. Por otra parte, soy más intolerante que tolerante y no tengo más empatía que por mis gatos y por los inmigrantes. Vamos, que me han clavado.



SI NOS atenemos a mi idea de que sociedad sana es un oxímoron, porque el pegamento que la une suele componerse de turbiedades no elegidas como lengua, color, etnia, clase, sexo, género, religión, historia, folclore o territorio, se deducirá como yo que los líderes de esa sociedad tienen que ser per se los más cobardes y canallas, aquellos que en lugar de apelar a la razón o a los criterios técnicos apelan enseguida a las porquerías que he citado más arriba, con el fin de ganar poder, significándose en crear bandos y atizar los antagonismos, de forma que se fortalezcan todos los egos colectivos (o los egos minoritarios, convertidos ahora en secta). ¿Te sorprendes de lo lejos que han llegado un Castro, un Trump, un Bolsonaro, un Maduro, un López Obrador, un Boris Johnson, un Otegi, una Ayuso, un Pablo Iglesias? Yo no me sorprendo, cualquier grupo de más de cien personas acaba en eso; en el mismo momento en que en lugar de la palabra “todos” alguien pronuncia la palabra “nosotros”, los bandos despiertan, las irracionalidades tóxicas estallan y uno solo tiene ganas de salir corriendo mientras grita: “¡No pienso defender Madrid ni España ni Occidente ni la cristiandad ni la blanquitud ni la masculinidad ni a la santa izquierda, allá os hundáis todos, yo no os pertenezco ni os quise nunca ni os debo nada!".




DICE ABIGAIL Marsh en NYT que el individualismo no empuja al egoísmo sino al altruismo, según sostiene una investigación que se publicará en la revista Psychological Science:
• • • Para nuestra investigación se recopilaron datos de 152 países sobre siete formas distintas de altruismo y generosidad. Los siete formularios incluían preguntas sobre dar dinero a obras de caridad, voluntariado y ayudar a desconocidos, y cuatro datos objetivos: donaciones per cápita de sangre, médula ósea y órganos, y el trato humanitario a los animales.
• • • Descubrimos que los países que obtuvieron una puntuación alta en una forma de altruismo tendían a obtener una puntuación alta en las otras también, lo que sugiere que estaban en juego factores culturales amplios. Las personas con altos niveles de bienestar personal tendían a participar en comportamientos sociales más positivos y generosos.
• • • Que el individualismo estuviera estrechamente asociado con el altruismo fue sorprendente. Encontramos que en países más individualistas como los Países Bajos, Bután o los Estados Unidos, las personas eran más altruistas en los siete indicadores que las personas de mismo nivel económico de culturas más colectivistas como Ucrania, Croacia y China.
• • • En promedio, las personas en países más individualistas donan más dinero, más sangre, más médula ósea y más órganos. Con mayor frecuencia ayudan a los necesitados y tratan a los animales no humanos con más humanidad. Si el individualismo fuera equivalente al egoísmo, nada de esto tendría sentido.
• • • ¿Cómo logra el individualismo promover el altruismo? Una posibilidad es que el individualismo promueva una perspectiva más universalista. Al enfocarse en los derechos y el bienestar individuales, reduce el énfasis en los grupos y las diferencias entre “nosotros” y “ellos” que erosionan notoriamente la generosidad hacia aquellos que están fuera del propio círculo.
• • • La gente en países más individualistas no es uniformemente altruista. Muchos no lo son, y muchas personas en países más colectivistas lo son. Pero parece que el individualismo está fundamentalmente mal entendido. Los socialdemócratas, por ejemplo, a menudo expresan su preocupación de que el individualismo engendre egoísmo, pero es posible que no se den cuenta de que el individualismo en realidad promueve los valores que más aprecian, a diferencia de los valores "vinculantes" más tradicionales como la obediencia a la autoridad y la lealtad dentro del grupo.
• • • Los conservadores políticos, por su parte, a menudo argumentan que existe una contradicción entre el individualismo y las políticas de bienestar social fuertes: que debes elegir entre ellas. Pero los datos no lo respaldan. Estados Unidos es un caso atípico entre los países ricos e individualistas al no garantizar a sus ciudadanos seguro médico, licencia por enfermedad, licencia por cuidado parental y cuidado de niños. En comparación, países como Dinamarca, los Países Bajos y Nueva Zelanda tienen sólidos programas de bienestar social y se encuentran entre las 10 naciones más individualistas del mundo, así como entre las más altruistas.

EL PROBLEMA que le encuentro al pensamiento positivo es que es racional y al racionalizarse se mete en un terreno donde puede ser derrotado por goleada. Lo que nos salva a las que somos optimistas y alegres es que estos temperamentos nuestros son irracionales, nos vienen de fábrica: en el momento en que racionalizamos descubrimos que hay pocos motivos para la alegría o el optimismo. Ya me puede venir el más grande gurú a darme razones para pensar en positivo que por cada una yo le voy a dar tres razones negativas, entre ellas una que vale por todas las suyas, que es la de que envejezco y me voy a morir. 

…y esa es la razón por la que los debates optimistas vs pesimistas siempre me han parecido absurdos. Yo siempre he sido una optimista irracional, de nacimiento, como somos la mayoría de las optimistas, porque el optimismo es una animalidad, pero cuando incurro en pensamiento, cuando me pongo a pensar… me vuelvo pesimista enseguida, es la realidad la que me obliga a ser negativo. De joven o adolescente era muy optimista porque pensaba muy poco; pero a medida que pasan los años y voy pensando más, mis momentos pesimistas aparecen con más frecuencia, si bien no tantas veces como para arruinarme la existencia.



POCOS INVENTOS habrá más formidables que el invento gongomallarmeano de que la poesía siempre ha sido y será minoritaria. Me entero en No he nacido tarde, del soviético Evtuchenko, de que este poeta actuaba en las décadas de los cincuenta y sesenta ante multitudes que superaban en ocasiones las 50.000 personas, con ediciones de sus libros que superaban los cien mil ejemplares. Tal era la popularidad de Evtuchenko que algunos de sus recitales terminaban con incidentes, aunque el poeta lo negara: "Si a veces se ha roto una puerta o una ventana, o ha hecho falta algún refuerzo de policía para mantener el orden, solo ha sido porque las salas eran demasiado pequeñas". También Virgilio fue una celebridad en vida. Y Ronsard. Y los poemas de Lope y Quevedo se copiaban, repartían y memorizaban mucho antes de que se inventara el top manta. Y Campoamor era Dios a ambos lados del Atlántico. Y Neruda vendió diez millones de su Veinte poemas de amor y una canción desesperada. No vendían solo los ripiadores facilones, no: el poemario que más se vendió en España durante la Segunda República fue el Romancero Gitano, de Lorca, y durante la Guerra Civil El rayo que no cesa, de Miguel Hernández. Platero y yo, del exquisito Juan Ramón Jiménez, llevaba vendidos un millón de ejemplares solo en vida del poeta, según cuenta en su Diario. Por no hablar de las plazas de toros que llenaba Alberti tras volver del exilio. O de los radioyentes que se desmayaban al escuchar las recitaciones de Dylan Thomas en la BBC. O de Bukowski, que desde los años 70 ya cobraba mil dólares por recital y era solicitado para leer detrás de los grupos de rock, como reclamo principal, porque el público iba a verle a él, no a los rockeros (hasta los U2 invitaron a Hank a uno de sus conciertos). Pero la poesía es minoritaria, insisten. Lo que traducido al lenguaje de los poetísimos quiere decir que les interesa que sea minoritaria ⇒que solo es buena si no tiene lectores ⇒que solo es verdadera la de ellos.

¿CÓMO ESCRIBO los aforismos? Pues igual que los relatos y los poemas, escribiendo muchos, rompiendo la mayoría y, sobre todo, leyendo a los grandes del género, tanto en sus libros propios como en las grandes antologías, que en español son tan numerosas que he logrado adquirir tantas como dos docenas, con el fin de empaparme de las claves de la distancia más corta de la literatura. También existen muchas páginas de aforismos en Internet: en español la que más me gusta es Akifrases, en inglés la de Goodreads y en francés Babelio o la antología que ofrece el diario Le Monde. Existe también una página anglosajona que es puro oro, Quotations By Women, que ya ha recopilado más de 40.000 aforismos de mujeres. He leído tantos aforismos o máximas o frases o adagios o citas literarias en los últimos años que en el futuro quiero hacer mi propia antología de la aforística universal, tratando de paliar los dos grandes defectos que observo en la mayoría de ellas, como son la galopante ausencia de mujeres y la participación exagerada de autores occidentales. Otro defecto más: en la mayoría de las antologías predomina un aforismo pelmazo, que elogia la humildad, la modestia, el trabajo, la mesura y la honradez, y yo quiero hacer una antología de aforismos más alegres, líricos, ególatras y hedonistas.



EN TODOS los lugares del mundo se celebra a genocidas que mataron y conquistaron en nombre de su país, pero en todos esos lugares hay Bartolomés de las Casas que no participan. Alexis Corbière, diputado de France Insoumise, dice que el bicentenario de la muerte de Napoleón Bonaparte no se debería celebrar: 
Napoleón liquidó avances revolucionarios en el campo del derecho civil: restringió el divorcio, reafirmó la omnipotencia paterna y la situación de inferioridad legal para las mujeres. Además reinstauró la censura en la prensa, abolió la separación entre estado e iglesia, devolvió a la religión algunos de sus antiguos derechos y socavó la libertad de conciencia. En las colonias restableció la esclavitud, abolida por la República en febrero de 1794.
Bajo el Consulado y el Imperio, las funciones electivas fueron suprimidas o reducidas a instituciones sin poder real. Las asambleas locales fueron sometidas al dominio de los prefectos, dando lugar a un centralismo abusivo calificado de "jacobino", que era la negación de la deseada descentralización de 1789, ampliada por la revolución democrática de 1792.



DICE SCHOPENHAUER que la naturaleza nos utiliza para sus propios fines; que es ella la que nos permite estar guapos a los veinte años para que copulemos y tengamos hijos pero, una vez que nos ha usado, nos quita nuestra belleza porque ya no le hace falta. Formar un matrimonio y tener hijos, para este filósofo, es algo que no nos conviene a nosotros pero sí que le conviene a la voluntad ciega de la naturaleza, que quiere sobrevivirse. Dándole vueltas a este pensamiento del pesimista alemán, he tenido otro que me parece más certero con respecto a mí. Creo que la naturaleza, cuando eres muy joven o adolescente, te llena de ambiciones sin medida, de unas ganas de comerte el mundo insensatas, pero luego, cuando llegas a los cuarenta años, esa misma naturaleza te dota de repente de una lucidez extremas, que hace que veas tus antiguos sueños de grandeza como ridículos y hasta estúpidos, justo cuando ya es demasiado tarde, lo mismo para regresar que para seguir adelante, lo que hace que te quedes en una tierra de nadie, con cara de ratón que olvidó su agujero, sin saber qué hacer. Desde que cumplí cuarenta años, noto dos tendencias opuestas en mí: la primera es continuar con mi egolatría y pegarle el susto definitivo a la literatura española, pero junto a esta tendencia, que cada vez es más débil o no sé ya si me la creo, ha surgido otra que me empuja a abandonar todo e irme a un atolón del Pacífico a hablar con los peces. De esta incertidumbre creo que no soy el único responsable sino que ayuda mucho la naturaleza: es ella la que nos empuja a ser incendiarios con veinte años y pobres bomberos de nuestros sueños a los cuarenta.

Sobre el futuro de mi pasado


SI ME preguntaran qué ha significado para mí la muerte de mi padre, hace diecisiete años, o el abandono de Iratxe, hace once, tendría que responder como el primer ministro chino Zhou Enlai, que, preguntado en 1972 por su opinión sobre la Revolución Francesa, dijo: “Es demasiado pronto para saber”. 

Claro que esa frase, pronunciada en 1972 durante la visita de Richard Nixon a China, era demasiado bonita para ser cierta. La falsedad la destapó Charles W. Freeman Jr., que fue el intérprete de Nixon en aquel encuentro. Freeman aseguró que era "absolutamente evidente", por el contexto de la conversación, que Zhou Enlai no estaba aludiendo a 1789 sino al mayo del 68 francés, acontecido solo cuatro años antes. "Recuerdo muy bien el diálogo”, apostilló el intérprete, “y fue un malentendido demasiado delicioso como para ser corregido".

Y es que nos resistimos a imaginarnos una China distinta de la que leímos en las fábulas orientales. Todavía en los años ochenta, desde muchos círculos se nos decía que ni China ni India se harían nunca capitalistas, porque las filosofías orientales (hinduísmo, budismo, taoísmo, confucionismo) eran contrarias desde la raíz a la locura por la velocidad y la productividad. El propio Alan Watts sostenía que los chinos nunca iniciarían la carrera espacial “porque la idea de penetrar o violar el cielo con un cohete les horroriza”. Solo cuarenta años después de tanto romanticismo, China es por desgracia una potencia espacial y por ende capitalista. Habla Allen Ginsberg: “Yo soy budista, pero el budismo en Asia cumple la misma función que el cristianismo en Europa: la de adormecer a la población para impedir que se rebele contra las autoridades”.


HE DESCUBIERTO que Tiburcio no estaba loco. Tiburcio era un aldeano de Lauros que vivía en el caserío más próximo a Astobieta, un hombre siempre solo que juraba que su caserío le hablaba y que me acusó una vez de haber matado a su burro, con el que mantenía una relación estrechísima (qué le voy a matar yo nada a ese puto loco, con el miedo que le tenía, su burro se murió porque tenía más años que Argantonio). También decía, entre muchas barbaridades, que sus vacas leían la Biblia o que la trenza larguísima que lucía mi hermana mayor se la había robado a él. Tanto mis hermanas como yo pensábamos que estaba completamente loco, pero mi padre lo negaba:

—Tiburcio está más cuerdo que todos nosotros juntos.

Y claro. Ahora que camino en dirección a Tiburcio me he dado cuenta. Tiburcio vivía solo como yo, no tenía ninguna familia como ahora no tengo yo, no tenía amigos como yo, no se lavaba nunca como yo, y se había descolgado de la sociedad como finalmente he hecho yo. Justo cuando me he soltado de la sociedad, proceso que comenzó hace cinco años, me he dado cuenta de que encuentro un gran placer en mentir y escandalizar y decir las barbaridades más grandes. Justo como Tiburcio, del que ahora pienso que se divertiría muchísimo inventándose aquellas historias, igual que me pasa a mí. Tiburcio por tanto no estaba loco: mi padre tenía razón.

Del mismo cuño creo que eran Diógenes y los cínicos, también Xi Kan y los sabios del bosque de bambú, a los que siento ahora de una psicología muy próxima a la mía. La clave de esas mentes es que se han descolgado de la sociedad, han renunciado a participar y ahora solo piensan en ella para trollearla: Diógenes era un troll, Xi Kan era un troll, Tiburcio y yo dos pedazo de trolls.



EL DAÑO que hizo el romanticismo al inventar el concepto de "genio" para los artistas. Genio perseguido, naturalmente, cráneo que se adelanta a su tiempo y por tanto se convierte en enemigo de los burgueses y bienpensantes, etc. A partir de ahí el fingimiento y la tontería se extendió incluso en los más grandes: de Baudelaire se recuerda que fue condenado a pagar 200 francos por escribir "Las flores del mal", pero se recuerda menos que en ese mismo año de la condena, 1857, recibió una ayuda a la creación de 2500 francos por parte del gobierno francés, o sea que era un poeta maldito pero subvencionado. Y de Rimbaud se subrayan sus rebeldías en París, pero se subraya menos que en el mismo tiempo vivía la esquizofrenia de regresar de continuo bajo las faldas de su madre, con la que se comportaba como un chico formal. Por otra parte, me hace mucha gracia la comprensión y hasta aplauso de las "ocurrencias" de los supuestos genios. Sabido es que Rimbaud atacó a los revolucionarios de la Comuna, que en su opinión eran "blandos", y propuso destruir hasta los cimientos el museo del Louvre y la Bibliothèque Nationale. ¿Se tiene conciencia de lo que habría pasado si hubiera conseguido su propósito?  ¡Ni cien Rimbauds valen lo que hay dentro del Louvre, por favor!

Pero la razón principal por la que me opongo al concepto de genio aplicado a los escritores es que la herramienta del escritor, el lenguaje, es una herramienta colectiva. La literatura es una escultura individual realizada con barro colectivo. Las innovaciones de los escritores más revolucionarios, los Góngora, Vallejo, Huidobro, Girondo, Salvador Novo, Oquendo de Amat..., son una mera jarra de agua arrojada al océano del idioma. Un escritor es un cocinero que mezcla ingredientes; incluso cuando se inventa palabras o ideas, las inventa con esqueleto de palabras anteriores; hasta los poetas de LANGUAGE crean contra lo construido pero considerándolo. Por otra parte, la deuda que tenemos los escritores con la tradición literaria es inmensa: a cada frase que tratamos de escribir, nos viene de forma inconsciente toda una gama de posibilidades desde el Mío Cid a Pizarnik. Esa es la razón por la que decía Schiller: "Los poetas se vuelven vanidosos cuando escriben su primer poema bueno, cuando la realidad es que es muy fácil escribir un poema bueno en un idioma culto, porque es el propio idioma el que te lo escribe".

El triunfo del concepto de genio, sin embargo, se debe a los mercaderes de libros y a la literatura concebida como rama del etnocentrismo y soporte identitario del estado, a los que les vino bien este invento romántico. Si le dices al lector que el escritor es un tipo genial y extravagante que bebe y se droga y tiene amoríos y tumba gobiernos, vas a vender más libros. Si le dices en cambio que el escritor es sobre todo un tipo que se pasa la mayoría del tiempo sentado, bien leyendo los libros de otros o escribiendo los suyos, vas a vender mucho menos. Por otra parte, desde que la literatura está en manos del estado los escritores ya no son escritores, sino héroes de la patria, por lo que decir que Rafael Alberti es un genio es una estrategia formidable para blindarlo, no sea que te pongas a leer su poesía completa, como hice yo, y descubras que el 95% es de una calidad bajísima.

Al estado le interesa que haya genios, al FNAC también le interesa, ergo hay genios.


LA BBC como el nuevo circo romano. Muchos vídeos (no todos) de fauna salvaje se han convertido en una muestra bochornosa de la falta de respeto que tenemos los humanos ante la muerte de los animales, falta de la que el primer culpable soy yo, ojo, que desde niña he sido fan de los vídeos de los grandes felinos y estoy empezando a abrir los ojos. Cuántos documentales se emiten donde los animales operan como si estuvieran actuando, a dos pasos de la muerte, y la explosión de clicks de cámaras fotográficas cuando llega el desenlace. Los seres humanos son esos tipos que gritan y condenan y se indignan si alguien muestra imágenes de cadáveres tras un atentado o un accidente aéreo, basta ya, es que no hay derecho, no se respeta ni a los muertos, etc., pero vemos de lo más normal del mundo convertir la muerte de un animal salvaje en un espectáculo.


INTERNET ME ha dado mucho pero también me ha quitado. Por ejemplo la pasión por el debate: yo he sido una polemista terrible desde que tengo uso de razón, de esas que hasta madruga para discutir, y cuando llegó Internet a mi vida, sobre el año 2006, me las prometía muy felices, porque Internet es el debate continuo, el paraíso de la controversia y la gresca y el grito y hasta el insulto, un caos tremendo que al principio me gustaba porque yo también era un poco así (aunque yo nunca insulto). Me recuerdo entre 2006 y 2014 sosteniendo debates encendidos en El País, El Mundo, Público, Marca, As, Facebook, Twitter y mi blog, nunca me saciaba, podía meter hasta cinco o seis horas al día en los foros de opinión, era una serpiente interminable. Pero en 2014 colapsé. Me di cuenta de que estaba tirando mi vida en debates absurdos solo para marcar escote. Me hice la pregunta definitiva: "¿Es tan importante para tu ego, Vanessa, tener la razón en todo?". Y al notar que mi calidad de vida mejoraba desde el primer minuto en que dejé de entrar en los foros de los diarios o cerré los comentarios de este blog (pues aquí también se mantenían debates continuos, si bien de guante blanco comparados con los que mantenía en los diarios), decidí seguir en la misma línea y empecé a incubar rechazo a las polémicas de la red porque, además, es que he estado en todas y ya me las sé. Esta renuncia no es buena para mí, sin duda, porque corro el riesgo de arrugarme y convertirme en una pensadora inmóvil, pero la aversión que les he cogido ya no tiene marcha atrás. Cómo será mi terror actual a discutir que, en las pocas ocasiones en que estoy con gente y hablo con ella, la mayoría de las veces cuando me detengo a tomar algo en los bares, si adivino que el cuñado (yo también soy una cuñada, ojo) con el que estoy hablando es de derechas y trata de llevarme la conversación a sus terrenos favoritos, bien las putas feministas, los putos catalanes o los putos inmigrantes, allí donde puede haber conflicto conmigo, enseguida corto por lo sano y salgo por la tangente:

—Oye, ¿tú crees que Messi se va a quedar?



ME HABRÉ visto doscientos documentales de grandes felinos en el último año. Las secuelas del coronavirus me dejaron el cerebro en tal estado que no podía leer y me refugié en los documentales de fauna salvaje, sobre todo de leones, que son tan populares que te puedes encontrar cientos de ellos en Youtube, aunque sea el guepardo mi felino favorito (el guepardo que es la elegancia pura, El Guerrouj y Nadia Comăneci dentro de un animal). Pero lo que más me molesta de estos documentales es que la trampa se nota demasiado: las imágenes son demasiado buenas, los cámaras o documentalistas hasta llegan a posar con los leones, ¡hasta les ponen a veces collares electrónicos para tenerlos vigilados por control remoto! Suele suceder a menudo que los leones, después de cazar una cebra o un búfalo, miran a la cámara con precaución y hasta con miedo de ser atropellados, pues el Land-Rover desde el que filman los documentalistas no para de acercarse y hacer ruido. La pantomima es de tal calibre que muchas veces he pensado "ahora el león va a sonreír a la cámara mientras pronuncia la palabra cheese". Que nos vendan estos documentales realizados en parques nacionales con estos animales casi amaestrados como "de fauna salvaje" es de risa: lo único que encuentro "salvaje" es el comportamiento de los documentalistas.

Dos tipos de leones he visto en mi vida: los leones de zoo y los leones de documental.

Los leones de verdad sigo sin saber cómo son.


DOS DE los mejores diarios del mundo, The Guardian y The New York Times, no permiten opinar a los lectores en al menos el 80% de sus noticias. Esto indica dos cosas:

a) El periodismo de calidad no se puede arrodillar ante el número de clicks que hacen los opinadores, por mucho que se pierdan ingresos publicitarios. 
b) Para contar con mejores comentarios de los lectores, que son una de las medidas de calidad de un diario, es esencial que se opine poco y después de haberlo pensado mucho.

Pasemos ahora a España. Allí se permite opinar en todas las noticias, incluso los diarios más grandes son incapaces de renunciar a los ingresos publicitarios que dependen del número de clicks. Si a la barra libre opinante le añadimos que los titulares vienen con sesgo partidario y que los departamentos de censura brillan por su ausencia, ocurre que las réplicas y contrarréplicas zafias se multiplican y puede pasar (de hecho pasa con normalidad) que las opiniones mejor valoradas por los lectores sean opiniones xenófobas, machistas o transfóbicas. Un comentario que en NYT no se admitiría nunca y que en The Guardian sería censurado en cerocomados, ¡en España puede ser el comentario mejor valorado por los lectores, incluso en sus diarios más "serios"! ¡Se premia la trifulca! La consecuencia más habitual de confundir la libertad de expresión con la libertad de agresión es que la gente culta y educada acaba huyendo de estos foros y los más primates entre los primates se adueñan de ellos. Todo en nombre de la sacrosanta ganancia económica que genera el click. 

UNO TIENE que darse cuenta del mecanismo cancerígeno del diálogo que se vuelve discusión que se vuelve combate, aquel donde uno ya no lucha por sus argumentos sino por su ego, por su puto orgullo de mierda, "por mi reputación", como le dijo Sartre a Camus en aquella carta en Les Temps Modernes que acabaría con su amistad, y ello trae réplicas y nuevas contrarréplicas que no llevan a ninguna parte sino a un gasto baldío de energías. Ya dice Žižek que solo se puede mantener debates con personas cuyas opiniones no son muy lejanas a las tuyas; cuando las opiniones de una persona y otra son radicalmente contrarias, lo que viene es el diálogo de sordos o, más a menudo, la pelea y la mala baba y el sacar-lo-peor-de-ti-mismo.

Mientras los famosos debates del pasado (aparte del Camus-Sartre, recuerdo un Vargas Llosa vs Benedetti, o un Cortázar vs Arguedas, o un Ortega vs Unamuno) constaban de una o dos réplicas que a veces eran muy largas (la carta de Camus a Sartre se extendía 28 folios y la respuesta del filósofo 26), en Internet te puedes replicar y contrarreplicar cincuenta veces, muchas veces con dos o tres palabras, a menudo insultos, a cada réplica con más zafiedad y encarnizamiento, lo que solo genera ruido y orgullo macho incluso cuando discuten ellas, porque querer imponerse por encima de todo es puro patriarcado. Cuántas veces he pensado que los foros de los diarios ganarían mucho si se limitaran a permitir la opinión pero no la réplica, porque son las continuas réplicas y contrarréplicas las que los arruinan. Cómo me gustaría una sociedad donde el-tener-razón-a-toda-costa estuviera mal visto desde la escuela y unos diarios cuyos foros llevaran en el fronsticipio esta frase: "ERA TAN TONTO QUE SIEMPRE QUERÍA TENER LA ÚLTIMA PALABRA".



NUNCA ME voy a olvidar de que los medios españoles progubernamentales, durante los primeros meses de la crisis del coronavirus, renunciaron al periodismo y trataron de presentar la pandemia como la caída inopinada de un meteorito en España. Ante esta desgracia inevitable, nos sugirieron sus plumillas, la buena gente se une y se solidariza, pero los oportunistas y carroñeros critican y tratan de sacar provecho. "España es el único país del mundo donde la oposición ataca al gobierno a cuenta de la pandemia", nos decían sus corifeos, que solo deben leer diarios españoles (la realidad es que tanto la oposición estadounidense, británica o brasileña cayeron sobre Trump, Boris Johnson o Bolsonaro con mayor virulencia que sobre Sánchez).

La izquierda española oficial es la misma bola de grasa que la derecha. Los medios de izquierdas son tan pinochianos (de Pinocho, no de Pinochet) como los de derechas. La lucha ideológica en España es como un partido Real Madrid vs Barcelona: no hay votantes, solo hinchas; no hay individuos, solo aficiones; no hay intención de llegar a un acuerdo, solo la de mantener el enfrentamiento una vez que se han olvidado sus causas.