ME CUESTA pensar en un artículo más errado que el que publica Lola Morón en El País bajo el título Los grandes malvados de la historia tienen algo en común: la vanidad (AQUÍ), y que viene a ser una calumnia tras otra contra un antivalor que es inocuo. Se olvida la autora, tan rápida a la hora de relacionar la vanidad con todas las maldades y todos los malvados de la historia, de que quizá la vanidad también haya tenido algo que ver a la hora de esculpir el Laocoonte, hacer descubrimientos científicos, subir a la luna o pintar la capilla Sixtina. Por otra parte, si bien la vanidad es ridícula en personajes de pocas virtudes, en otras no es más que una consecuencia de su gran mérito. Salvador Dalí era vanidoso, sí, pero quizá los magníficos cuadros que pintaba lo justificaban; Susan Sontag era vanidosa, sí, pero la obra que escribió sustentaba sus ínfulas; Cristiano Ronaldo es vanidoso, sí, pero ha marcado casi 700 goles. Cuando pienso en lo agresiva que se pone la gente contra un defecto tan mínimo como el de ser vanidoso (claro que yo mismo lo soy y por eso escribo esto), me acuerdo de aquella entrevista que le hicieron a Megan Fox:
—Megan, ¿tú te consideras una mujer bella?
—Para qué te voy a mentir: yo me miro al espejo cada día y me gusta lo que veo.