POCOS INVENTOS habrá más formidables que el invento gongomallarmeano de que la poesía siempre ha sido y será minoritaria. Me entero en No he nacido tarde, del soviético Evtuchenko, de que este poeta actuaba en las décadas de los cincuenta y sesenta ante multitudes que superaban en ocasiones las 50.000 personas, con ediciones de sus libros que superaban los cien mil ejemplares. Tal era la popularidad de Evtuchenko que algunos de sus recitales terminaban con incidentes, aunque el poeta lo negara: "Si a veces se ha roto una puerta o una ventana, o ha hecho falta algún refuerzo de policía para mantener el orden, solo ha sido porque las salas eran demasiado pequeñas". También Virgilio fue una celebridad en vida. Y Ronsard. Y los poemas de Lope y Quevedo se copiaban, repartían y memorizaban mucho antes de que se inventara el top manta. Y Campoamor era Dios a ambos lados del Atlántico. Y Neruda vendió diez millones de su Veinte poemas de amor y una canción desesperada. No vendían solo los ripiadores facilones, no: el poemario que más se vendió en España durante la Segunda República fue el Romancero Gitano, de Lorca, y durante la Guerra Civil El rayo que no cesa, de Miguel Hernández. Platero y yo, del exquisito Juan Ramón Jiménez, llevaba vendidos un millón de ejemplares solo en vida del poeta, según cuenta en su Diario. Por no hablar de las plazas de toros que llenaba Alberti tras volver del exilio. O de los radioyentes que se desmayaban al escuchar las recitaciones de Dylan Thomas en la BBC. O de Bukowski, que desde los años 70 ya cobraba mil dólares por recital y era solicitado para leer detrás de los grupos de rock, como reclamo principal, porque el público iba a verle a él, no a los rockeros (hasta los U2 invitaron a Hank a uno de sus conciertos). Pero la poesía es minoritaria, insisten. Lo que traducido al lenguaje de los poetísimos quiere decir que les interesa que sea minoritaria ⇒que solo es buena si no tiene lectores ⇒que solo es verdadera la de ellos.