RECUERDO EN estos días de pandemia a la hermana Sagrario, una monja del Amor Misericordioso que tuve en Larrondo. Ella consideraba que Dios había creado los volcanes y los terremotos "para unir a la humanidad", y ponía de prueba los estallidos de solidaridad universal cada vez que alguno de ellos originaba una catástrofe.

A mí no me gustaban nada estas explicaciones de la hermana Sagrario, ¡qué formas más bestias y sangrientas tenía Dios de unir a la humanidad!, pero no por ello dejaba de ser una profesora muy curiosa. Recuerdo una vez que se quedó callada, se puso tristeresante y, mirando al horizonte, nos dijo:

—El reino de los cielos... ¿no creéis que el reino de los cielos es este? ¿Por qué se busca el reino de los cielos en otra parte?

Entonces yo solo tenía trece años y no entendí las profundas implicaciones que tenían aquellas palabras. Más o menos nos estaba diciendo que no creía o que creía en un cristianismo en el plan cátaro, una desviación hereje. Aunque ahora pienso al revés: la hermana Sagrario no solo creía, sino que era la más creyente de todos porque creía en nosotros.

Mil veces mejor que creer en Dios es creer en la Tierra y en la gente. De hecho creer en la gente es el verdadero CREER.