SOBRE EL problema de no opinar: pérdida de intensidad, de imantación, de frescura. Vete a presenciar una conferencia y vete después a un debate: comprobarás que el segundo es mucho más dinámico. 

Compárese a Nietzsche con Montaigne. Nietzsche opina todo el rato, es el subjetivo de los subjetivos, no le importa recurrir al insulto o dar una patada a cualquier idea o prohombre. Montaigne, en cambio, se resiste a opinar, se conduce con delicadeza y hasta con ternura con los antiguos filósofos, es un sabio que se acerca a los temas con caución y deja casi todos ellos abiertos.

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Nos encanta el tío que pega gritos y parece muy seguro de lo que dice, el filósofo que invita a la polémica y al puñetazo encima de la mesa; del otro, en cambio, del inseguro, del escéptico, del que nos invita a no reñir, hablamos mucho menos, tiene muchos menos seguidores, es un sabio mucho más elogiado que leído.