INTERNET ME ha dado mucho pero también me ha quitado. Por ejemplo la pasión por el debate: yo he sido una polemista terrible desde que tengo uso de razón, de esas que hasta madruga para discutir, y cuando llegó Internet a mi vida, sobre el año 2006, me las prometía muy felices, porque Internet es el debate continuo, el paraíso de la controversia y la gresca y el grito y hasta el insulto, un caos tremendo que al principio me gustaba porque yo también era un poco así (aunque yo nunca insulto). Me recuerdo entre 2006 y 2014 sosteniendo debates encendidos en El País, El Mundo, Público, Marca, As, Facebook, Twitter y mi blog, nunca me saciaba, podía meter hasta cinco o seis horas al día en los foros de opinión, era una serpiente interminable. Pero en 2014 colapsé. Me di cuenta de que estaba tirando mi vida en debates absurdos solo para marcar escote. Me hice la pregunta definitiva: "¿Es tan importante para tu ego, Vanessa, tener la razón en todo?". Y al notar que mi calidad de vida mejoraba desde el primer minuto en que dejé de entrar en los foros de los diarios o cerré los comentarios de este blog (pues aquí también se mantenían debates continuos, si bien de guante blanco comparados con los que mantenía en los diarios), decidí seguir en la misma línea y empecé a incubar rechazo a las polémicas de la red porque, además, es que he estado en todas y ya me las sé. Esta renuncia no es buena para mí, sin duda, porque corro el riesgo de arrugarme y convertirme en una pensadora inmóvil, pero la aversión que les he cogido ya no tiene marcha atrás. Cómo será mi terror actual a discutir que, en las pocas ocasiones en que estoy con gente y hablo con ella, la mayoría de las veces cuando me detengo a tomar algo en los bares, si adivino que el cuñado (yo también soy una cuñada, ojo) con el que estoy hablando es de derechas y trata de llevarme la conversación a sus terrenos favoritos, bien las putas feministas, los putos catalanes o los putos inmigrantes, allí donde puede haber conflicto conmigo, enseguida corto por lo sano y salgo por la tangente:
—Oye, ¿tú crees que Messi se va a quedar?