ME HABRÉ visto doscientos documentales de grandes felinos en el último año. Las secuelas del coronavirus me dejaron el cerebro en tal estado que no podía leer y me refugié en los documentales de fauna salvaje, sobre todo de leones, que son tan populares que te puedes encontrar cientos de ellos en Youtube, aunque sea el guepardo mi felino favorito (el guepardo que es la elegancia pura, El Guerrouj y Nadia Comăneci dentro de un animal). Pero lo que más me molesta de estos documentales es que la trampa se nota demasiado: las imágenes son demasiado buenas, los cámaras o documentalistas hasta llegan a posar con los leones, ¡hasta les ponen a veces collares electrónicos para tenerlos vigilados por control remoto! Suele suceder a menudo que los leones, después de cazar una cebra o un búfalo, miran a la cámara con precaución y hasta con miedo de ser atropellados, pues el Land-Rover desde el que filman los documentalistas no para de acercarse y hacer ruido. La pantomima es de tal calibre que muchas veces he pensado "ahora el león va a sonreír a la cámara mientras pronuncia la palabra cheese". Que nos vendan estos documentales realizados en parques nacionales con estos animales casi amaestrados como "de fauna salvaje" es de risa: lo único que encuentro "salvaje" es el comportamiento de los documentalistas.

Dos tipos de leones he visto en mi vida: los leones de zoo y los leones de documental.

Los leones de verdad sigo sin saber cómo son.