EL PROBLEMA a menudo es el propio cerebro, que es un impaciente que pierde el seso por el dinamismo, la solución o las generalizaciones. Decimos, por ejemplo: la edad es la actitud, uno es joven aunque tenga 80 años o viejo aunque tenga 15. Estas paradojas gustan al aforista, le hacen creer que es inteligente, pero la realidad suele ser más matizada y aburrida. Sucede que una persona, cuando va perdiendo o cree que su vida se ha detenido, siente que se ha hecho vieja; pero tres días después planea un viaje a Kenia y se siente de nuevo joven, casi quinceañera: la misma persona se siente a veces viejísima y a veces adolescente. La literatura funciona igual: los que venden libros escriben historias de buenos y malos, de pensamientos claros y no contradictorios, de historias con planteamiento, nudo y desenlace, pero la gran literatura (Proust, Virginia Woolf, Richard Ford) nos revela que dentro de la misma persona, según el minuto y la situación, se dan todos los matices, uno no tiene que ir a buscar a Stalin o Gandhi en una biografía porque todos llevamos a Stalin y a Gandhi dentro, cada uno con pesos diferentes. La gran literatura no concluye ni soluciona nada, deja todos los problemas abiertos, pero si llenamos nuestras obras de “sin embargos”, “aunques”, “quizás”, “por otra parte”, “en otro sentido”, “casi”, “a veces” “a menudo”, “ahora bien”, para reflejar la complejidad de la existencia, las obras pierden intensidad y el lector nos manda a hacer gárgaras. Pienso en Proust, por ejemplo: siendo este autor francés, en mi opinión, el mejor prosista de todos los tiempos, ¿cómo es que nunca me he leído más de treinta páginas seguidas de él? Pues con Proust llevo quince años que lo picoteo por aquí y por allá, abro sus mamotretos por cualquier parte y me limito a leer unas páginas. Esto me sucede, creo, porque mi cerebro, aunque es el cerebro de un lector consumado, le pide más dinamismo a Proust, como se lo pido a Virginia Woolf o a Richard Ford: la gran literatura está escrita contra la manía clasificadora/generalizadora de nuestras mentes, contra la animalidad de nuestro cerebro, contra el deseo de-que-pasen-cosas, es una invitación a que nos abramos a todas las confusiones y despaciosidades de nuestra existencia.