VAYA LÍO con el velo islámico. Muchas feministas que proceden de países musulmanes dicen que es un símbolo de opresión patriarcal; otras igualmente feministas y musulmanas dicen que no lo es. ¿Puede ser posible esto, que la misma prenda tenga significados tan distintos para unas y para otras? Yo creo que sí que es posible, si pienso en un símbolo religioso que conozco mejor: el crucifijo.

En efecto, ¿es el crucifijo el símbolo del cristianismo que realmente ha existido, el fundado por Pablo de Tarso, el que apeló a la culpa, la misoginia y el odio a los cuerpos? ¿O es el símbolo del cristianismo que ha existido mucho menos, el fundado por Jesucristo, el hombre que animaba a perdonar siempre, poner la otra mejilla y amar al prójimo?

O por poner un ejemplo referido a la indumentaria: ¿tiene algún significado oculto que muchas mujeres occidentales lleven tacones, luzcan minifaldas, vayan maquilladas y hasta se hagan operaciones de estética en una proporción muy superior a la de los hombres? Algunas mujeres te dirán: Sí, eso es consecuencia del patriarcado. Otras en cambio te dirán: No, yo salgo así para mí misma y porque me da la gana.

En asuntos de feminismo no me gusta meterme porque soy el antiejemplo, una pieza más del patriarcado machista, y la prueba son la cantidad de pendrives de porno o de chicas sexualizadas de que dispongo (aunque trato de mejorar, ojo). Pero una cosa es el feminismo y otra bien distinta que mujeres blancas y madrileñas, desde su posición de hegemonía cultural y privilegios por razón de suelo, se pongan a decirles a las musulmanas lo que significa el velo islámico. Y eso sí que no. Si el velo islámico es machista o no lo es, lo tendrán que decidir ellas.

Por lo pronto, de las mujeres que en Carabanchel lucen hiyab, no he visto a ninguna con cara de estar sometida al patriarcado: más bien parece que lo lucen por cuestiones de diferenciación cultural, como una manera de sentirse más naturales y no renunciar a sus raíces. Y las que lo lucen me caen muy bien, porque me parece que son valientes y tienen personalidad: mientras gran parte de los inmigrantes de primera generación, cuando llegan a Madrid, tratan de integrarse rápidamente y para ello no dudan en renunciar a su cultura, ellas parece que no están por la labor. Llevar hiyab les puede perjudicar social o laboralmente, a la hora de conseguir un alquiler o hacer nuevos amigos, pero aún así lo llevan, ¡bravo por ellas!

Por otra parte, creo que en este debate la gente pierde de vista lo que es un hiyab. Un hiyab es un pañuelo en la cabeza, nada más. En los 17 años que llevo en Madrid nunca he visto a una musulmana con burka, tampoco con niqab: si el elemento machista/patriarcal del velo islámico consiste en que “ningún hombre debe ver el rostro de la mujer salvo su marido”, está claro que el hiyab no cumple su cometido, lo que es una prueba más de que la mayoría de ellas, al menos en Madrid, utilizan esta prenda como una manera de ser ellas mismas, de no desnaturalizarse.

Llegado a este punto, voy a ser un poco malo: ¿qué puede haber detrás de cierto feminismo blanco que necesita que el hiyab sea machista aunque las propias usuarias lo nieguen? ¿No será que estamos ante un nuevo capítulo de “nuestra civilización es buena y moderna y en cambio la vuestra es mala y atrasada”? ¿Y qué es una civilización como Occidente, que se proclama superior en valores a las demás, que pide que las demás culturas se adapten a sus valores, sino la civilización patriarcal por excelencia?

…al hilo de esto pero desviándome del tema principal, quiero decir también que las personas que creen que los hombres, porque una mujer se cubra la cabeza, dejan de sexualizarla, es que no conocen bien a los hombres o a los enfermos sexuales (o enfermas, porque ellas son idénticas) como yo. Los límites nunca han arredrado a los que hemos nacido erotizados. Los hombres del siglo XIX, por ejemplo, en la avanzadísima Francia, se excitaban cuando una mujer enseñaba el tobillo, que era entonces “el desnudo integral” de la época: Victor Hugo le escribe a su mujer Adèle Foucher advirtiéndole de que, como vuelva a enseñar un tobillo “sin querer”, tendrá que batirse en duelo con quien se atreva a mirar.