HE DESCUBIERTO que Tiburcio no estaba loco. Tiburcio era un aldeano de Lauros que vivía en el caserío más próximo a Astobieta, un hombre siempre solo que juraba que su caserío le hablaba y que me acusó una vez de haber matado a su burro, con el que mantenía una relación estrechísima (qué le voy a matar yo nada a ese puto loco, con el miedo que le tenía, su burro se murió porque tenía más años que Argantonio). También decía, entre muchas barbaridades, que sus vacas leían la Biblia o que la trenza larguísima que lucía mi hermana mayor se la había robado a él. Tanto mis hermanas como yo pensábamos que estaba completamente loco, pero mi padre lo negaba:

—Tiburcio está más cuerdo que todos nosotros juntos.

Y claro. Ahora que camino en dirección a Tiburcio me he dado cuenta. Tiburcio vivía solo como yo, no tenía ninguna familia como ahora no tengo yo, no tenía amigos como yo, no se lavaba nunca como yo, y se había descolgado de la sociedad como finalmente he hecho yo. Justo cuando me he soltado de la sociedad, proceso que comenzó hace cinco años, me he dado cuenta de que encuentro un gran placer en mentir y escandalizar y decir las barbaridades más grandes. Justo como Tiburcio, del que ahora pienso que se divertiría muchísimo inventándose aquellas historias, igual que me pasa a mí. Tiburcio por tanto no estaba loco: mi padre tenía razón.

Del mismo cuño creo que eran Diógenes y los cínicos, también Xi Kan y los sabios del bosque de bambú, a los que siento ahora de una psicología muy próxima a la mía. La clave de esas mentes es que se han descolgado de la sociedad, han renunciado a participar y ahora solo piensan en ella para trollearla: Diógenes era un troll, Xi Kan era un troll, Tiburcio y yo dos pedazo de trolls.