…PERO ENTONCES, si digo que quiero ser feminista pero luego veo porno y me muestro celoso en mis relaciones con mujeres, si digo que quiero ser humanista pero luego tengo el pecho lleno de pirañas y gasto un ego y vanidad inabarcables… ¿no sería mejor dejar de llenarme la boca con esas palabras de un millón de euros y al menos librarme de la hipocresía?

Más bien no. Porque gracias al cristianismo que abracé en mi infancia y al ideal ilustrado que he abrazado de adulto soy presentable como persona, no el bicho que podría ser. Por otra parte, tanto el cristianismo como el ideal ilustrado son programas de máximos, utopías. Ni el propio Jesucristo pudo cumplir su programa: cuando azotó a los mercaderes en el templo, cuando maldijo y secó a la pobre higuera que no tenía higos porque no era época de frutecer, cuando arrojó a los demonios dentro de los cerdos y los ahogó en el mar (desde una mirada ecologista, Jesús cojea mucho), cuando hizo declaraciones incendiarias como “yo no he venido a traer la paz, sino la guerra”, Jesús estaba actuando contra su ideario. En cuanto a los ilustrados, los franceses confundieron el ideal francés con el universal y los estadounidenses hasta tenían esclavos: señal de hasta qué punto estaban llenos de contradicciones. Pero es normal que las personas estén por debajo de sus ideales, si estos ideales son tan altos. Lo fácil es ser facha o abertzale: lo difícil es dominar la voluntad y dirigirla contra miles de años de tradición. 

En este camino uno siempre se pondrá con Sócrates y contra Nietzsche. Porque si creo en el bien y el mal y trato de ser bueno, quizá no consiga serlo, pero al menos limitaré un poco a mi hijoputa. Si pienso, en cambio, que el bien y el mal no existen y me siento con derecho a usar mi voluntad de poder para pisotear a los demás, la consecuencia es que seré aún más hijoputa de lo que vengo de fábrica. 

Tratando de ser paloma no dejaré de ser cuervo, pero en ese esfuerzo quizá alcance a ser un cuervo menos negro, más sensible y más bondadoso.