UNO TIENE que aferrarse al individuo si no hay más remedio, pero el individuo en el que yo creo es el que avanza hacia el ciudadano, que es el término que supera las contradicciones entre el yo y el nosotros, según la definición de Rousseau, y como ciudadano me he mostrado siempre favorable a crear grupos y a participar en ellos, al punto de que yo mismo he fundado cuatro desde que estoy en Madrid. Sin embargo, mi prevención ante algunos grupos procede de que muchas veces aspiran a eternizarse y a esencializarse, de modo que invierten su propósito inicial y dejan de atender los objetivos por los que se constituyeron. A partir de ahí las personas que los integran devienen en súbditos, las ideas descienden a ideologías, las funciones se vuelven burocracias y la perpetuación del grupo se erige en el único objetivo posible. Y ahí sí que no. Contra esos grupos me opongo y me sublevo. Pero no por vedettismo de individuo. Solo por dignidad de ciudadano.