LAS ÚNICAS derrotas nutritivas quizá sean las derrotas-contra-uno-mismo, las que te infligen tus deseos exagerados o sueños inmarcesibles. Pienso en las artes, pienso en la literatura, pienso en mí mismo, que cada día trato de ser Victor Hugo y me llevo unas goleadas que ni la del Barça contra el Bayern de Munich. Aquí la derrota tiene un aspecto positivo, porque solo tratando de ser Victor Hugo llegaré a ser Batania, por una parte, y porque la derrota no me aniquila, por otra, es una derrota que me permite seguir jugando sin ninguna lesión de por medio. Que mi escritor real esté muy por debajo de mi escritor soñado, además, se soluciona abriendo una lata de cerveza y soltando una carcajada. Pero estas derrotas mías contra Victor Hugo no tienen nada que ver con las derrotas que se sufren en la sociedad capitalista y que tanto elogian los gurús neoliberales: esas derrotas nacen de un antagonismo esencial y acaban con el sometimiento del perdedor, que o bien es derrotado para siempre o debe seguir compitiendo lesionado. Cuando el coach neoliberal te está diciendo que la derrota enseña, lo que te está queriendo decir es que analices las razones por las que has sido depredado para convertirte mañana en el depredador. El binarismo derrota/victoria en un sistema capitalista es nocivo tanto si ganas como si pierdes: la única enseñanza buena que puede tener la derrota en un sistema así es decir adiós, a tomar por el culo, me bajo de este coche, dadme el finiquito, ya no quiero seguir jugando.