NO ES cierto que a las personas guapas se les acabe la belleza a los 30 o a los 40, mucho menos a los 50. Una persona guapa lo es siempre, porque la belleza no consiste solo en unos rasgos faciales o corporales, sino en una panoplia de gestos, movimientos y hasta maneras de hablar que se han construido gracias a esa belleza, a esos millones de miradas gratis que se acumularon en su mente. La persona guapa compone poses al sentirse observada, y cuando habla sabe que tiene privilegio: que a ella se le permite llegar más lejos. Una persona guapa tiene bulo por serlo y puede conservar la vanidad y el mal genio que la sociedad no nos permite conservar a los que somos feos: por eso los guapos en muchos sentidos son más salvajes y auténticos. A estas personas tan agraciadas en lo físico, después de componer poses y ser el centro de atención durante treinta años, ni las arrugas ni los michelines consiguen eliminar nunca todos esos aprendizajes sincrónicos y gestuales, que pasan a ser menos barrocos y más clásicos = más bellos. Me he pasado toda la vida amando a mujeres mayores de cincuenta años, masturbándome con mujeres mayores de cincuenta años, y ya hace treinta años me decía “lo buena que va a estar Julia Otero cuando supere los cincuenta años, lo buena que se va a poner Jennifer Lopez cuando entre en la cincuentena; lo buena que se va a poner Cristina Kirchner…”, porque las mujeres veinteañeras, no digo que sean feas, pero padecen de un problema grave de indiferenciación (no hay más que ver un concurso de misses) no solo físico sino cinético y verbal: todas se mueven y hablan de forma muy parecida. Una mujer de cincuenta años que ha sido guapa desde que iba a preescolar es uno de los espectáculos más maravillosos de la naturaleza: desprendida de la belleza fácil de la adolescencia, conserva ahora la belleza profunda de los gestos, las maneras, las palabras y los silencios: es una belleza honda, despaciosa, rítmica, musical, que después de décadas de maceración adquiere al fin toda su personalidad.


Egolatría nº 3781


NUNCA HE dicho que haya que erradicar la humildad de las sociedades, ojo. La humildad es una virtud esencial en el ser humano, pero deja de ser virtud cuando se utiliza en-contra-de: cuando se utiliza contra el innovador, contra el independiente, contra el que tiene deseos legítimos y va a por ellos. 

Una sociedad donde solo haya ambición es pasto de los depredadores, pero una sociedad donde solo existan humildes se hunde en la arteriosclerosis. El mismo problema encuentro en el mucho que en el poco. Una sociedad sana debe ser un acordeón donde se pueda ser a veces mucho y a veces poco; donde se pueda alternar los momentos de rayo y momentos de calma: ¿habéis escuchado ese acordeón alguna vez en las sociedades hispánicas?

Lees a Tucídides, a Epicuro, a Virgilio, a Horacio, a Salustio, a Séneca, a Dante, a Hugo, a Joyce, a McCullers, a Plath, y te quedas alucinado: estos autores dicen con naturalidad que quieren trascender después de su muerte, que quieren que sus escritos pervivan siglos después de morir, ¡algunos dicen incluso que pervivirán, dan por segura su inmortalidad! Ello no les impide ser modestos o compasivos en otras partes de su obra, porque en ellos la vanidad no excluye momentos de autoflagelación también exagerada.

Igual que a veces uno debe llamarse a silencio, a discreción, a frugalidad, hay otras donde uno necesita acelerar y celebrarse a sí mismo. Una sociedad que no entienda que un artista necesita para respirar sus dosis de narcisismo, de egolatría, incluso de arrogancia, junto a sus momentos de clara humanidad despaciosa, es una sociedad de mierda. España es una sociedad de mierda, las sociedades hispánicas una mierda, vascos y catalanes otro montón de mierda, letrinas donde triunfa la humildad a full, la humildad de la mala, la que agrede al activo, al soñador, al que quiere comerse todo el chocolate blanco de la vida.

Hay que leerme a mí, que no sucumbo ni sucumbiré jamás ante este tipo de insectos. A mí, que ya les odiaba cuando estaba en la tripa de mi madre. ¿Cómo? ¿Que no sabes odiar a la gente que te castra los sueños, a las sociedades que te ciegan las emociones más básicas, a los países donde se les corta los pies a los que vivimos con la cabeza en las estrellas?

Léeme. Yo te enseño.



ALGÚN DÍA se reconocerá la aportación que hizo el rock, el fútbol, el porno, la telebasura y la prensa rosa para saciar nuestros instintos más primitivos y conseguir el mayor periodo de paz en toda la historia de Europa..., aportación que también hace Twitter. He leído a muchos decir que Facebook y sobre todo Twitter nos llevan a una guerra civil; yo creo en cambio que Twitter es la guerra civil incruenta que sacia nuestra agresividad y nos impide hacernos más daño. 

Reconozco sin embargo que dentro del fútbol, el porno o Twitter existe un grado de violencia que desde luego desapruebo. Pero creo que en esta carrera contrarreloj en que se la juega el ser humano, la de ir sustituyendo su parte de cerebro agresivo-mágico-territorial por la parte de cerebro racional-empática, tanto el fútbol como el porno como Twitter son toboganes, males-menores que nos impiden llegar a los males-mayores. Por otra parte, ¿cuánto hay de realidad en estos abejeríos? ¿Le harías a la mujer que amas las humillaciones que a veces te gusta ver en las pelis porno? ¿Insultarías a Trump si te lo encontraras en un café? ¿Le llamarías hijoputa a Cristiano Ronaldo si estuvieras a solas con él?



…PERO ENTONCES, si digo que quiero ser feminista pero luego veo porno y me muestro celoso en mis relaciones con mujeres, si digo que quiero ser humanista pero luego tengo el pecho lleno de pirañas y gasto un ego y vanidad inabarcables… ¿no sería mejor dejar de llenarme la boca con esas palabras de un millón de euros y al menos librarme de la hipocresía?

Más bien no. Porque gracias al cristianismo que abracé en mi infancia y al ideal ilustrado que he abrazado de adulto soy presentable como persona, no el bicho que podría ser. Por otra parte, tanto el cristianismo como el ideal ilustrado son programas de máximos, utopías. Ni el propio Jesucristo pudo cumplir su programa: cuando azotó a los mercaderes en el templo, cuando maldijo y secó a la pobre higuera que no tenía higos porque no era época de frutecer, cuando arrojó a los demonios dentro de los cerdos y los ahogó en el mar (desde una mirada ecologista, Jesús cojea mucho), cuando hizo declaraciones incendiarias como “yo no he venido a traer la paz, sino la guerra”, Jesús estaba actuando contra su ideario. En cuanto a los ilustrados, los franceses confundieron el ideal francés con el universal y los estadounidenses hasta tenían esclavos: señal de hasta qué punto estaban llenos de contradicciones. Pero es normal que las personas estén por debajo de sus ideales, si estos ideales son tan altos. Lo fácil es ser facha o abertzale: lo difícil es dominar la voluntad y dirigirla contra miles de años de tradición. 

En este camino uno siempre se pondrá con Sócrates y contra Nietzsche. Porque si creo en el bien y el mal y trato de ser bueno, quizá no consiga serlo, pero al menos limitaré un poco a mi hijoputa. Si pienso, en cambio, que el bien y el mal no existen y me siento con derecho a usar mi voluntad de poder para pisotear a los demás, la consecuencia es que seré aún más hijoputa de lo que vengo de fábrica. 

Tratando de ser paloma no dejaré de ser cuervo, pero en ese esfuerzo quizá alcance a ser un cuervo menos negro, más sensible y más bondadoso.




LO QUE llamamos conciencia consiste al 90% en la conciencia que hemos mantenido durante los tres últimos años, cinco como mucho, dependiendo de las circunstancias por las que hayamos pasado. Si perdemos un familiar querido, cambiamos de trabajo o sufrimos una ruptura amorosa traumática, la conciencia puede cambiar aún más rápido, pero siempre actuará del mismo modo, despacio, subrepticiamente, engañándonos, haciéndonos creer que somos los mismos de toda la vida. Cómo será de camaleona nuestra conciencia, que cuando he tratado de imaginar una conversación entre el Batania de hoy, que es ateo o agnóstico (es que no sé bien qué soy), y el Batania de los once años, que era un fanático de Jesucristo; o qué le diría el antinacionalista visceral, el que soy actualmente, al nacionalista vasco que aún era con dieciocho, siento que no solo hay una distancia grande entre un Batania y otro, sino que somos dos personas diferentes. La razón de que uno piense que es el mismo, cuando cualquier mirada al pasado nos descubre que no es cierto, es que la conciencia funciona como una formidable amortiguadora que nos oculta las sucesivas transiciones por las que pasamos de una personalidad a otra. Este mecanismo sería solo cómico si no fuera además gravísimo, porque lo que significa es que la conciencia, esto es, esa centralita interior que a menudo confundimos con la SINCERIDAD ABSOLUTA, ¡resulta que nos miente! ¡Y no con mentiras pequeñas, ojo, sino con mentiras tan colosales que nos permite pasar de creyente a ateo o de abertzale a antiabertzale como si nada! Esta constatación es la que me hace preguntarme a menudo: ¿quién está al volante de mi cerebro? ¿Participo yo en la toma de decisiones o todo lo dirige entre bastidores un siniestro piloto automático? ¿Estará mi conciencia siendo ahora sincera conmigo o me está ocultando en este mismo minuto otra transición de mi personalidad?


DE NADA me sirve que se me diga que Dios es una creación de los hombres si no se añade, en la línea siguiente, que es una creación de los hombres con ansia de dominar a los demás. Esa es una de las razones de que dentro de la iglesia los curas o las monjas que hacen milagros o presencian apariciones hayan sido muy mal vistos por sus compañeros, que son los primeros que sospechan de su falsedad. La propia Teresa de Cepeda fue esa mujer que, según ella misma nos cuenta, convocó con un tambor a todas sus compañeras del monasterio para darles la noticia de que Jesucristo se le había aparecido en una visión. ¡O sea que Jesús se le aparecía a ella y a las demás no! ¡Cómo no le iban a coger manía! De qué calado sería la animadversión que suscitó en vida, que a Santa Teresa hasta le acusaron de puta y de chula de putas. Ahora bien: ¿sus contradictores eran solo envidiosos o además tenían razón? Se me ocurren tres posibilidades para dilucidar lo que realmente sucedió, no os voy a decir por cuál me decido yo:

a) A Santa Teresa se le apareció realmente Jesús.
b) No se le apareció, lo que pasa es que Santa Teresa tenía una imaginación grande y unas ganas de medrar en la Iglesia aún más grandes.
c) No se le apareció, pero Santa Teresa creyó que sí, víctima de su neurosis religiosa. Ella no era una mala mujer ni una mentirosa, solo una persona de talento que se creía sus propios deseos/fantasías.




UN DETALLE que me ha dejado con la boca abierta, este creo que lo he leído en Gibbon, no sé si en el texto principal o en las notas a pie de página de Decadencia y caída del Imperio Romano. Ahí se decía que diversos escritores de la Antigüedad nos han transmitido que los germanos, como no sabían hacer puentes, aprovechaban la llegada del invierno, época en el que el río Rin se congelaba, para pasar de un lado a otro y hacer incursiones de pillaje. Este hecho volvía locos a los investigadores modernos, que dudaban de su veracidad, pues ¿cómo es que hace dos mil años el Rin se congelaba al punto de que podía pasar un caballo sobre él y, en cambio, en la actualidad jamás se hiela? Pero de nuevo se probó que los escritores antiguos no mentían y que la contradicción se explicaba por la masa deforestada: al parecer, en los dos mil últimos años Alemania ha perdido millones de hectáreas de bosque, lo que ha provocado que su temperatura general suba unos grados y el Rin deje de helarse. Alemania se encuentra en la misma parte del hemisferio que por ejemplo Canadá, pero Canadá no ha perdido la mayoría de su masa arbolada y por eso gran parte de su territorio conserva una temperatura más fría, la misma que los germanos de hace dos mil años.

Nada más leer esto, pensé de inmediato en la polémica entre Macron y Bolsonaro, cuando el presidente francés le espetó al brasileño que la Amazonia no era un bien exclusivamente brasileño sino “planetario”, lo que Bolsonaro negaba. Macron tenía razón, pero era el menos indicado para hablar. ¿Quiénes son los europeos, que se han dedicado durante siglos a talar la Amazonia europea hasta acabar con ella, para decirles a los americanos que no deben acabar con la suya?


VAYA LÍO con el velo islámico. Muchas feministas que proceden de países musulmanes dicen que es un símbolo de opresión patriarcal; otras igualmente feministas y musulmanas dicen que no lo es. ¿Puede ser posible esto, que la misma prenda tenga significados tan distintos para unas y para otras? Yo creo que sí que es posible, si pienso en un símbolo religioso que conozco mejor: el crucifijo.

En efecto, ¿es el crucifijo el símbolo del cristianismo que realmente ha existido, el fundado por Pablo de Tarso, el que apeló a la culpa, la misoginia y el odio a los cuerpos? ¿O es el símbolo del cristianismo que ha existido mucho menos, el fundado por Jesucristo, el hombre que animaba a perdonar siempre, poner la otra mejilla y amar al prójimo?

O por poner un ejemplo referido a la indumentaria: ¿tiene algún significado oculto que muchas mujeres occidentales lleven tacones, luzcan minifaldas, vayan maquilladas y hasta se hagan operaciones de estética en una proporción muy superior a la de los hombres? Algunas mujeres te dirán: Sí, eso es consecuencia del patriarcado. Otras en cambio te dirán: No, yo salgo así para mí misma y porque me da la gana.

En asuntos de feminismo no me gusta meterme porque soy el antiejemplo, una pieza más del patriarcado machista, y la prueba son la cantidad de pendrives de porno o de chicas sexualizadas de que dispongo (aunque trato de mejorar, ojo). Pero una cosa es el feminismo y otra bien distinta que mujeres blancas y madrileñas, desde su posición de hegemonía cultural y privilegios por razón de suelo, se pongan a decirles a las musulmanas lo que significa el velo islámico. Y eso sí que no. Si el velo islámico es machista o no lo es, lo tendrán que decidir ellas.

Por lo pronto, de las mujeres que en Carabanchel lucen hiyab, no he visto a ninguna con cara de estar sometida al patriarcado: más bien parece que lo lucen por cuestiones de diferenciación cultural, como una manera de sentirse más naturales y no renunciar a sus raíces. Y las que lo lucen me caen muy bien, porque me parece que son valientes y tienen personalidad: mientras gran parte de los inmigrantes de primera generación, cuando llegan a Madrid, tratan de integrarse rápidamente y para ello no dudan en renunciar a su cultura, ellas parece que no están por la labor. Llevar hiyab les puede perjudicar social o laboralmente, a la hora de conseguir un alquiler o hacer nuevos amigos, pero aún así lo llevan, ¡bravo por ellas!

Por otra parte, creo que en este debate la gente pierde de vista lo que es un hiyab. Un hiyab es un pañuelo en la cabeza, nada más. En los 17 años que llevo en Madrid nunca he visto a una musulmana con burka, tampoco con niqab: si el elemento machista/patriarcal del velo islámico consiste en que “ningún hombre debe ver el rostro de la mujer salvo su marido”, está claro que el hiyab no cumple su cometido, lo que es una prueba más de que la mayoría de ellas, al menos en Madrid, utilizan esta prenda como una manera de ser ellas mismas, de no desnaturalizarse.

Llegado a este punto, voy a ser un poco malo: ¿qué puede haber detrás de cierto feminismo blanco que necesita que el hiyab sea machista aunque las propias usuarias lo nieguen? ¿No será que estamos ante un nuevo capítulo de “nuestra civilización es buena y moderna y en cambio la vuestra es mala y atrasada”? ¿Y qué es una civilización como Occidente, que se proclama superior en valores a las demás, que pide que las demás culturas se adapten a sus valores, sino la civilización patriarcal por excelencia?

…al hilo de esto pero desviándome del tema principal, quiero decir también que las personas que creen que los hombres, porque una mujer se cubra la cabeza, dejan de sexualizarla, es que no conocen bien a los hombres o a los enfermos sexuales (o enfermas, porque ellas son idénticas) como yo. Los límites nunca han arredrado a los que hemos nacido erotizados. Los hombres del siglo XIX, por ejemplo, en la avanzadísima Francia, se excitaban cuando una mujer enseñaba el tobillo, que era entonces “el desnudo integral” de la época: Victor Hugo le escribe a su mujer Adèle Foucher advirtiéndole de que, como vuelva a enseñar un tobillo “sin querer”, tendrá que batirse en duelo con quien se atreva a mirar. 



LOS CONCIERTOS de rock han supuesto una regresión en la historia de la música. Compárese el concierto de Queen en Live AID 1985, donde Freddie Mercury nos ofrece un catálogo de desafinamientos (¡y ese concierto de rock está considerado como “el mejor de la historia”!), con las excelentes actuaciones de los tres tenores o de Rocío Jurado.

…muy distinto es el rock en el estudio. Ahí sí que se hacen cosas dignas de escucharse sin tener que estar cargado de gintonics. Pero la diferencia de factura entre la canción del vinilo y la del directo es a veces tan grande que no se reconocen. Esa era una de las cosas que más le fastidiaban a Freddie Mercury: "Estoy harto de que los fans me digan que las canciones que tocamos no se parecen a las del disco”. Pero los fans tenían razón, porque ese es uno de los problemas de Queen: sus canciones están sobreproducidas, en ellas suenan unos efectos y unos coros que no aparecen en el directo, la voz de Freddie alcanza en el disco unos tonos y una duración prodigiosas pero luego, en el estadio, ay.


QUÉ POCA paciencia tengo cada vez que escucho por millonésima vez que la belleza en una mujer o en un hombre es algo “superficial”. De superficial nada: es de lo más humano y más imprescindible que existe. Porque los homo sapiens tenemos mucho de homo y poco de sapiens: somos una gran animalidad que se activa, que se alegra y se llena de felicidad ante la mínima presencia de cualquier ejemplar bello. La prueba es que nunca me lo he pasado mal al lado de una mujer guapa, siquiera en una charla de un minuto; la prueba es que de mi memoria van desapareciendo los nombres de los alumnos de la EGB, jamás de las alumnas; que voy olvidando los nombres de mis profesores de Instituto, jamás de las profesoras. Cuántas veces he pensado en los últimos años, a cuenta de mi enfermedad egosexual, que seguramente estaré masturbándome pensando en mujeres que ya están muertas, ¡pues sigo masturbándome pensando en profesoras de la EGB o del Instituto, algunas de las cuales tenían 40 o 50 años cuando yo tenía doce o quince! De cada mujer guapa que he conocido recuerdo muy bien cómo ríe, cómo camina, cómo mueve las manos, cómo mueve la cabeza; recuerdo muy bien los cinco o seis vestidos más potentes que se pone (o hasta doscientos, si tiene doscientos vestidos potentes como Jennifer Lopez), y sigo recordándolo por más que en algunos casos lleve 30 años sin verlas, detalle este que me ha hecho pensar muchas veces que, si mi memoria fuera en todo como la que tengo para las mujeres guapas, ¡sería capaz de aprenderme la Biblia completa, igual que el Julien Sorel de Rojo y Negro! Asunto aparte es que los cánones de belleza son distintos en cada persona y yo tengo un largo historial de mujeres tenidas por feas que a mí me parecen guapas, sobre todo considerando la cantidad de mujeres de más de cincuenta años de las que me he enganchado. ¿Qué queda de mi vida si me quitas a todas las alumnas guapas que conocí, a todas las profesoras guapas, a las vecinas guapas, a todas las presentadoras de la tele, a las deportistas, a las políticas, a las princesas, cantantes o actrices, a todas mis masturbamusas? Supongo que aún quedaría mucho, pero sería una vida más apagada, disminuida, ¡qué coño va a ser la belleza física superficial!



…Y YA lo que me hace morir de la risa es que, después de criticar a la belleza física por “superficial”, se ponga como ejemplo de personas no superficiales, espejos en los que ha de mirarse la sociedad… ¡a los escritores, que salvando alguno que otro son una reunión de pirañas que no se aguantan ni a sí mismos! Yo también soy escritor: dame la palabra y verás qué rápido empiezo a criticar, pues desde que estaba en la tripa de mi madre ya todo me parecía mal, hasta yo mismo me parezco mal. No tengo más que leer la obra confesional de algunas de mis escritoras favoritas, Virginia Woolf, Sylvia Plath, Marina Tsvetáyeva, Alejandra Pizarnik, Elena Garro, Anne Sexton, para ver por todos los lados carencias emocionales y tiburones psicológicos: preferiría dejarme azotar durante una semana antes que tener una cita con alguna mujer de ese tipo. De los hombres lo mismo: si alguna mujer me dijera que va a tener una cita con especímenes del tipo de Charles Bukowski, Arthur Rimbaud, Friedrich Nietzsche, Giovanni Papini, Arthur Schopenhauer o Emile Cioran, por decir algunos autores excelentes que se las traen, trataría de disuadirlas, porque no hay más que leer sus páginas para darse cuenta de que son tóxicos, de que carecen de inteligencia afectiva, de que son personas de trato imposible, ¡los libros son el único lugar donde se puede disfrutar de los escritores, me refiero al único lugar donde puedes recoger su miel y evitarte sus aguijones!



LA LITERATURA se justifica por sí misma. No entiendo al escritor amargado. Al que llega a suicidarse por su falta de éxito, como se dice que hizo Kennedy Toole (pero es falso, solo mandó La conjura de los necios a un editor y este ni siquiera lo rechazó de plano, sino que sugirió hacer algunos cambios). Qué suerte tuve yo al adivinar, por mi personalidad y biografía, que iba a acabar solo y que la literatura iba a corregir esa soledad hasta hacerla multitudinaria. Aunque no sé si he sido yo o ha sido más bien la propia literatura la que me ha conducido a la soledad, la que me ha hecho insufrible que no puedas hablar en la calle con ningún Tácito o ningún Montaigne.

Pero la literatura cuesta. Hay que pasar por un largo período de tropiezos y falseamientos. Es como el atletismo de fondo: uno no empieza a disfrutar de las carreras largas hasta que hace un cuerpo y unos músculos adaptados a ellas. Recuerdo mi primer contacto con Joyce, Faulkner, Musil, Broch, Onetti, Virginia Woolf: no me enteraba de nada, tampoco los disfrutaba. Tuve que leerme tres veces Mientras agonizo, de Faulkner, para entenderla cabalmente. Me leí la obra poética completa de Bishop, Quasimodo y Celan y fue como coronar el Annapurna sin oxígeno. El propio Borges, que hoy es de mis escritores más sencillitos, me parecía dificultoso en la primera lectura que le hice. O Proust. Constantemente me volvía contra mí mismo y me acusaba: “Ah, Batania, este es el problema de haberte embarcado en la literatura por ambición y no por vocación”.

La vocación se inventa, sin embargo. Se trabaja. Desde hace unos cinco años, vivo dentro de los libros con toda naturalidad. Hasta sería uno de los mejores períodos de mi existencia si no fuera porque en esta franja cogí el coronavirus, la peor enfermedad de mi vida, que me duró más de 18 meses y aún no la he soltado del todo. Cinco años en que casi nunca estoy enfadado y mi desequilibrio florece; cinco años en que la realidad solo me interesa para trollearla y los demás me parecen una bola de grasa.

No me hace falta escribir nada bueno, aunque lo intente, ni ser más conocido, error que cometí cuando era demasiado joven y quería ser. La literatura me lo da todo. Es mi castillo inexpugnable. Mi círculo de fuego. El jardín donde hago peinados raros a mis monstruos más hermosos.


SI UN grupo de extraterrestres llegara a un planeta Tierra ya deshabitado en el que, sin embargo, se hubiera conservado una biblioteca, estoy seguro de que los alienígenas, al leer las obras, lo mismo de literatura que de filosofía, quedarían asombrados: “¡Qué seres más intensos debieron ser esos humanos!”, se dirían, o "¡qué vida más agitada llevaron!".

La realidad es que la existencia es un encefalograma plano en el 99% de los casos. Vivir consiste en repetirse y la palabra que define al ser humano, el adjetivo que mejor le sienta, es cobarde. Ese es el problema de raíz de la escritura: los escritores sobrevaloran o infravaloran, son seres incapaces de valorar simplemente, salvo algunas escuelas orientales (y ni esas, porque hasta las distintas cuadras budistas son a menudo hostiles entre ellas). El escritor es un tipo sin apenas vida cuyo cerebro sin embargo a menudo está ardiendo: es un tipo tan cobarde como el resto pero que delante del folio se crece. La literatura y la religión y la filosofía humanas llevan dentro de sí el defecto del pablodetarsismo, del nietzscheanismo, del almafuertismo, esto es, el cáncer de la exageración o de dar a la vida mucha más importancia de la que se merece. Ese mismo defecto es precisamente el que genera los lectores: nos acercamos a los libros porque dentro de ellos la vida es más.



EL PROBLEMA a menudo es el propio cerebro, que es un impaciente que pierde el seso por el dinamismo, la solución o las generalizaciones. Decimos, por ejemplo: la edad es la actitud, uno es joven aunque tenga 80 años o viejo aunque tenga 15. Estas paradojas gustan al aforista, le hacen creer que es inteligente, pero la realidad suele ser más matizada y aburrida. Sucede que una persona, cuando va perdiendo o cree que su vida se ha detenido, siente que se ha hecho vieja; pero tres días después planea un viaje a Kenia y se siente de nuevo joven, casi quinceañera: la misma persona se siente a veces viejísima y a veces adolescente. La literatura funciona igual: los que venden libros escriben historias de buenos y malos, de pensamientos claros y no contradictorios, de historias con planteamiento, nudo y desenlace, pero la gran literatura (Proust, Virginia Woolf, Richard Ford) nos revela que dentro de la misma persona, según el minuto y la situación, se dan todos los matices, uno no tiene que ir a buscar a Stalin o Gandhi en una biografía porque todos llevamos a Stalin y a Gandhi dentro, cada uno con pesos diferentes. La gran literatura no concluye ni soluciona nada, deja todos los problemas abiertos, pero si llenamos nuestras obras de “sin embargos”, “aunques”, “quizás”, “por otra parte”, “en otro sentido”, “casi”, “a veces” “a menudo”, “ahora bien”, para reflejar la complejidad de la existencia, las obras pierden intensidad y el lector nos manda a hacer gárgaras. Pienso en Proust, por ejemplo: siendo este autor francés, en mi opinión, el mejor prosista de todos los tiempos, ¿cómo es que nunca me he leído más de treinta páginas seguidas de él? Pues con Proust llevo quince años que lo picoteo por aquí y por allá, abro sus mamotretos por cualquier parte y me limito a leer unas páginas. Esto me sucede, creo, porque mi cerebro, aunque es el cerebro de un lector consumado, le pide más dinamismo a Proust, como se lo pido a Virginia Woolf o a Richard Ford: la gran literatura está escrita contra la manía clasificadora/generalizadora de nuestras mentes, contra la animalidad de nuestro cerebro, contra el deseo de-que-pasen-cosas, es una invitación a que nos abramos a todas las confusiones y despaciosidades de nuestra existencia.



DICE HOUELLEBECQ que a él le gusta que las mujeres sobreactúen en el papel que tradicionalmente se les ha asignado “porque erotiza las relaciones entre hombres y mujeres y hace que la vida se vuelva más interesante. No tener géneros marcadamente definidos haría que la vida se volviera más aburrida”. Lo que dice el escritor francés es una tontería muy grande: en todos los lugares donde ha comenzado a imponerse el epicureísmo y el feminismo los géneros se igualan y el erotismo se despliega en más y mejores direcciones. Precisamente fue el cristianismo quien afirmó de forma radical la diferencia entre géneros (no hay más que leer una historia de la moda o el vestido) y redujo el sexo a la reproducción. Pero el rollo de Houellebecq ya lo conocemos porque vive de eso: del supuesto fracaso de los ideales ilustrados. En lo que respecta al feminismo siempre saca el mismo chascarrillo a relucir: la cantidad de mujeres superfeministas francesas, amigas de él (cuesta pensar que este tipo tenga amigas feministas, pero bueno), que tras muchos años de lucha se rinden y acaban viajando a Senegal para que un supernegro dominante las folle como putas baratas; de ahí extrae el fracaso del feminismo y la confirmación de que a las mujeres, en realidad, les gusta el papel secundario tradicional.

Pero justo lo contrario es lo que se puede tocar con los dedos. El feminismo va de victoria en victoria, es el movimiento que mayor transformación social está operando en el mundo entero. Tomemos el caso de España. ¿No nos acordamos ya de que, todavía en los años ochenta, TVE reponía una y otra vez las películas de Alfredo Landa y las de Esteso y Pajares, que arrasaban en audiencia? ¿No nos acordamos de que en aquella época Moncho Borrajo o Arévalo triunfaban en taquilla contando chistes de mariquitas (para mí la homofobia es una variante del machismo)? ¿De que Camilo José Cela podía presentar un libro y declarar “mis animales favoritos son el perro, la mujer y el caballo, por este orden” ante el aplauso generalizado del personal? ¿De que no había una sola mujer en el gobierno y, cuando la había, la ponían de “portavoz”? ¿De que pocos años antes las mujeres no se podían divorciar ni abrir una cuenta bancaria sin permiso del marido o padre de familia?

El feminismo ha cambiado nuestras vidas de una manera absoluta y para siempre, en solo cuarenta años, otra cosa es que no haya cumplido su programa de máximos, aquel que aboga por la indiferenciación de géneros, el que quiere reformar el idioma o el que denuncia el amor romántico tal como se ha practicado hasta ahora, pero es que para cambios de ese calado no hacen falta décadas, sino siglos. De eso vive Houellebecq, de que el feminismo no puede avanzar a la velocidad que quisiera y de que a las propias feministas les cuesta adecuar la práctica al discurso (el problema de todos los ideales ilustrados, que son a largo plazo), pero dentro de equis siglos, cuando la indiferenciación real entre géneros esté más cercana, las pataletas de Houellebecq sonarán igual de cómicas que suenan ahora las de Séneca en la Roma imperial, cuando, ante el avance del epicureísmo y del feminismo en la ciudad, escribía indignado a Lucilio denunciando que “las mujeres están empezando a penetrar sexualmente a los hombres”.


LA LEY Mordaza o similares son funestas porque el escritor no necesita solo libertad sino sobrelibertad: el escritor es un tipo que llega a los límites y se complace jugando con ellos, es alguien que conserva su primate fresco y necesita dar un puñetazo en la mesa de vez en cuando para afirmar su existencia y explorar nuevas vías de expresión. Desde Byron, desde Baudelaire, el escritor incorpora la barbaridad diogenesca a su tarea creativa (pienso en Wilde, en Schopenhauer, en Nietzsche, en Rimbaud, en Breton, en Artaud, en Papini, en Cioran, en Mishima, en Bukowski, por decir algunos casos estruendosos), por lo que salirle al paso con leyes coercitivas es cargarse algunas de las páginas o boutades más sabrosas de la escritura moderna. La barbaridad no sale gratis, ojo: cuando Nietzsche dice “Dios ha muerto”; cuando Unamuno dice “Que inventen ellos”; cuando Sontag dice “La raza blanca es el cáncer de la humanidad”, sus palabras pensadas como flechas se convierten en boomerangs que regresan cargadas de rechazo hacia sus autores, pero ese debe ser el único castigo si no queremos que se empobrezca el campo de la expresión o el pensamiento; si no queremos limitar a los escritores dentro de un sentido común que no es más que el catecismo rebañiego del momento. Esta sobrelibertad de expresión no la pido solo para los escritores sino para todos, naturalmente, pero incido en los escritores porque son los que más la necesitan. Es propio del escritor que de tanto conducir con las palabras empiece a gustarse y a hacer motocross con ellas, por lo que no se puede pedir que vaya despacio a un tipo que necesita derrapar.



LO QUE me está influyendo Schopenhauer, es que es increíble. Schopenhauer que es además un filósofo al que me tomo en serio, no como a bufones de la eslora de Platón, Séneca, Nietzsche o Cioran, a quienes no hay manera de leer una página entera sin romper a reír. Eso que escribí hace unas semanas, lo de que el optimismo es una animalidad, ya estaba bajo la férula de Schopenhauer, y esta mañana pensaba: ¿por qué una chica, por el mero hecho de ser guapa, llena tanto? ¿Y por qué el fútbol, siendo un deporte tan tonto, arrastra y da tantas alegrías a la gente? ¿Y por qué la música mala o la literatura mala tienen tanta fuerza y tanto éxito? Respuesta: porque somos empujados por la voluntad ciega de la naturaleza, que necesita que nos reproduzcamos y por tanto que no pensemos demasiado en los motivos de nuestros actos. La naturaleza necesita chicas guapas, chicos guapos, porno barato, nosotrismo, folclore, música boba y poemas-cliché: quienes se forman un mundo interior complejo son personas contra natura. Filósofos como Schopenhauer acabarían con la existencia, porque una de las decisiones que toma una persona que-se-da-cuenta-de-las-cosas es no tener hijos: Schopenhauer es un tipo que contrae la enfermedad de la vista en un mundo que necesita de ciegos para sobrevivirse.


PERO QUÉ timo más grande es el horóscopo. Me dice una chica de Instagram que había intuido por mis escritos que yo era Piscis, lo cual es cierto; y al punto me he puesto a buscar cuáles son los rasgos de mi signo, pues os juro que en 49 años no me ha interesado ni mucho ni poco conocerlos. He pinchado en Google "Cómo son los Piscis" y me ha salido esto, anda que no me he jartado a reír:
Los Piscis son personas tranquilas, pacientes y amables. Son sensibles a los sentimientos de los demás y responden con simpatía y tacto al sufrimiento de las personas que los rodean. Son muy queridos por los demás porque tienen un carácter afable, cariñoso y amable.
Las personas que han nacido bajo este signo suelen asumir sus responsabilidades y tienden a ser los primeros en resolver los problemas, además, también se preocupan mucho por los altibajos que pueden tener sus personas más cercanas.
Las personas nacidas bajo este signo tienen un entendimiento intuitivo del ciclo de la vida y por ello logran tener buenas relaciones con otros seres humanos. Los Piscis son conocidos por su sabiduría, pero bajo la influencia de Urano, pueden tomar el rol de mártir para atraer la atención. Los Piscis no juzgan a los demás y siempre perdonan. También son conocidos por ser el signo más tolerante del zodiaco.
A la luz de estas líneas creo que soy una Piscis antiPiscis, pues mis rasgos de verdad son justo los contrarios: soy impaciente, huraña, obsesiva, solitaria, rencorosa, insociable, orgullosa, narcisista, irresponsable, inútil, charlatana, ultracrítica y pelmaza moralista. Por otra parte, soy más intolerante que tolerante y no tengo más empatía que por mis gatos y por los inmigrantes. Vamos, que me han clavado.



SI NOS atenemos a mi idea de que sociedad sana es un oxímoron, porque el pegamento que la une suele componerse de turbiedades no elegidas como lengua, color, etnia, clase, sexo, género, religión, historia, folclore o territorio, se deducirá como yo que los líderes de esa sociedad tienen que ser per se los más cobardes y canallas, aquellos que en lugar de apelar a la razón o a los criterios técnicos apelan enseguida a las porquerías que he citado más arriba, con el fin de ganar poder, significándose en crear bandos y atizar los antagonismos, de forma que se fortalezcan todos los egos colectivos (o los egos minoritarios, convertidos ahora en secta). ¿Te sorprendes de lo lejos que han llegado un Castro, un Trump, un Bolsonaro, un Maduro, un López Obrador, un Boris Johnson, un Otegi, una Ayuso, un Pablo Iglesias? Yo no me sorprendo, cualquier grupo de más de cien personas acaba en eso; en el mismo momento en que en lugar de la palabra “todos” alguien pronuncia la palabra “nosotros”, los bandos despiertan, las irracionalidades tóxicas estallan y uno solo tiene ganas de salir corriendo mientras grita: “¡No pienso defender Madrid ni España ni Occidente ni la cristiandad ni la blanquitud ni la masculinidad ni a la santa izquierda, allá os hundáis todos, yo no os pertenezco ni os quise nunca ni os debo nada!".




DICE ABIGAIL Marsh en NYT que el individualismo no empuja al egoísmo sino al altruismo, según sostiene una investigación que se publicará en la revista Psychological Science:
• • • Para nuestra investigación se recopilaron datos de 152 países sobre siete formas distintas de altruismo y generosidad. Los siete formularios incluían preguntas sobre dar dinero a obras de caridad, voluntariado y ayudar a desconocidos, y cuatro datos objetivos: donaciones per cápita de sangre, médula ósea y órganos, y el trato humanitario a los animales.
• • • Descubrimos que los países que obtuvieron una puntuación alta en una forma de altruismo tendían a obtener una puntuación alta en las otras también, lo que sugiere que estaban en juego factores culturales amplios. Las personas con altos niveles de bienestar personal tendían a participar en comportamientos sociales más positivos y generosos.
• • • Que el individualismo estuviera estrechamente asociado con el altruismo fue sorprendente. Encontramos que en países más individualistas como los Países Bajos, Bután o los Estados Unidos, las personas eran más altruistas en los siete indicadores que las personas de mismo nivel económico de culturas más colectivistas como Ucrania, Croacia y China.
• • • En promedio, las personas en países más individualistas donan más dinero, más sangre, más médula ósea y más órganos. Con mayor frecuencia ayudan a los necesitados y tratan a los animales no humanos con más humanidad. Si el individualismo fuera equivalente al egoísmo, nada de esto tendría sentido.
• • • ¿Cómo logra el individualismo promover el altruismo? Una posibilidad es que el individualismo promueva una perspectiva más universalista. Al enfocarse en los derechos y el bienestar individuales, reduce el énfasis en los grupos y las diferencias entre “nosotros” y “ellos” que erosionan notoriamente la generosidad hacia aquellos que están fuera del propio círculo.
• • • La gente en países más individualistas no es uniformemente altruista. Muchos no lo son, y muchas personas en países más colectivistas lo son. Pero parece que el individualismo está fundamentalmente mal entendido. Los socialdemócratas, por ejemplo, a menudo expresan su preocupación de que el individualismo engendre egoísmo, pero es posible que no se den cuenta de que el individualismo en realidad promueve los valores que más aprecian, a diferencia de los valores "vinculantes" más tradicionales como la obediencia a la autoridad y la lealtad dentro del grupo.
• • • Los conservadores políticos, por su parte, a menudo argumentan que existe una contradicción entre el individualismo y las políticas de bienestar social fuertes: que debes elegir entre ellas. Pero los datos no lo respaldan. Estados Unidos es un caso atípico entre los países ricos e individualistas al no garantizar a sus ciudadanos seguro médico, licencia por enfermedad, licencia por cuidado parental y cuidado de niños. En comparación, países como Dinamarca, los Países Bajos y Nueva Zelanda tienen sólidos programas de bienestar social y se encuentran entre las 10 naciones más individualistas del mundo, así como entre las más altruistas.