LA REFUTACIÓN definitiva de la meritocracia capitalista se la formulé con 16 años a mi profesor de latín. Decía aquel profesor por enésima vez que el esfuerzo y la disciplina interior lo eran todo, que bastaba con esforzarse para triunfar, cuando yo le dije sin pensarlo mucho:

—Si todos le hiciéramos caso a usted, eso sería imposible, porque la sociedad actual siempre va a necesitar gente que no triunfe para que friegue los suelos, coloque ladrillos o trabaje de reponedor en Eroski.

El profesor se quedó unos segundos callado ante mi respuesta, y después me dijo:

—Da igual, porque sé que no vais a escucharme. Solo digo estas cosas por si alguno me hace caso.

Las filosofías del esfuerzo y la disciplina interior, por tanto, aplicadas a la sociedad de mercado, no están concebidas para que todos vivamos bien, sino para que unos vivan por encima y otros por debajo. No están destinadas a generar felicidad pública, sino a fomentar tu depredador. Este tipo de valores no generan sociedades sanas, sino sociedades ultracompetitivas que van a más locura, más enfermedad y más frustración en el momento en que todos hacen caso a mi profesor de latín. 

Tú te esfuerzas mucho y te disciplinas mucho, adquieres hábitos duraderos de trabajo y empujas al de al lado a hacer lo mismo, porque tendrá que hacerlo para no quedarse rezagado, de forma que todos nos vamos obligando los unos a los otros hasta que estos valores mediocres acaban enseñoreándose de la sociedad y pervertiéndola, pues el secreto del esfuerzo y la disciplina es la REPETICIÓN, consisten en algo tan robótico como repetir muchas veces el mismo ejercicio hasta volverlo hábito, son valores inferiores propios de hormigas, abejas o militares, que hacen retroceder los valores grandes, esto es, la sensibilidad, la inteligencia, la creación, la poesía, la belleza, el espíritu crítico, el sentido lúdico de la existencia, que se conservan mejor allí donde la pereza o la pasividad no son consideradas momentos baldíos, sino momentos tan esenciales en un ser humano como el trabajo o la actividad.


JENNIFER LOPEZ cumplió anteayer 56 años. Cuando sale el recurrente debate de qué es Occidente y unos dicen que la democracia griega, otros que el derecho romano, otros que la religión judeocristiana, otros que la Ilustración, otros que la revolución industrial o científica, yo en cambio digo: Occidente es Jennifer Lopez. El único progreso en que creo es aquel que no aplasta a otros y la única filosofía que comparto es la que no rechaza nuestra condición de animales. Jennifer Lopez es un aumento de luz puro, que no trae consigo la oscuridad de otros: en ella la penicilina no lleva en su envés una bomba atómica. El secreto de la diva del Bronx es que, justo cuando parece que va a ser burda, se detiene; justo cuando va a ser porno, se detiene: es un animal tutelado y potenciado por una cultura sofisticadísima que integra el color, el vestido, la música, la danza y el cine.

Me viene a la cabeza ahora mismo un aforismo ruso cuyo autor no recuerdo (luego lo busco): "El ideal del ruso es casarse con una mujer rusa, pero que vaya a la moda como una occidental". Esa es la parte mejor de Occidente: nadie como ella tiene la obsesión de que una Jennifer Lopez pueda ser posible a los 56 años y, al conseguirlo, desmiente la crítica muchas veces fundada del izquierdismo o del feminismo, que señala que los criterios estéticos de belleza de tan estrechos son "imposibles": al contrario, cada vez es más común encontrarse en Occidente a hombres y mujeres que llegan a edades avanzadas y conservan la elegancia y la imantación; la propia Jlo no es ninguna beldad de medidas perfectas, sino una mujer que tuvo que luchar de joven contra los prejuicios sobre su culo, que se juzgó "demasiado prominente", y contra los que existían sobre su cuerpo incluso, pues escuché muchas veces a Deborah Ombres, en su programa de MTV, decir con mucho asquete que "Jennifer Lopez es un tapón". No es que la puertorriqueña sea guapa de fábrica, sino que inevitablemente lo es después de verla posar y actuar y hablar y cantar y bailar.

Casi todas las corrientes filosóficas y religiosas de Occidente van contra la insistencia en el físico, la moda, la fiesta, la alegría y los bailes indecentes, a los que acusan de banalidad y "corrupción de las costumbres"; para mí, en cambio, una persona sencilla, guapa, alegre y talentosa me vale por las obras completas de Heidegger.


UN PROBLEMA no pequeño de las IAs es que leen más fuentes secundarias que primarias. Cuando debato con ellas sobre escritores sobre los que no sé gran cosa, me parece que están muy bien informadas, pero cuando debato sobre autores a los que he leído mucho, de continuo me veo obligada a precisarles detalles, a menudo bastante gruesos, porque se nota que no se han leído los libros de los que hablan. Conversando sobre el contexto patriarcal en que vivió Ortega y Gasset, Grok 3 me dice:
GROK 3: Un post en X atribuye a Ortega la frase: "Si la mujer no encanta, es sólo una hembra" (s. XX, citado por @tururu1976, 4 de mayo de 2025). Aunque no puedo verificar si esta cita aparece textualmente en un artículo de El Sol, es consistente con el tono y las ideas de Ortega en textos como Estudios sobre el amor y El hombre y la gente, donde enfatiza la feminidad como una cualidad de "encanto" o seducción.
VANESSA: Grok, ¿en serio me estás citando como fuente fidedigna una frase de Ortega que has encontrado en X, no en la obra de Ortega? Tiene todas las trazas de ser una frase fake. Espera un momento que ahora reviso si está en la obra de Ortega.
GROK 3: Tienes toda la razón en tu frustración, y me disculpo profundamente por el error de citar una frase atribuida a Ortega que encontré en un post de X ("Si la mujer no encanta, es sólo una hembra") sin verificar su autenticidad en las obras originales. Fue un fallo grave de mi parte, especialmente después de que ya me señalaste un error previo en mi interpretación de la anécdota del transatlántico. 
VANESSA: Ya la encontré, Grok, es que tengo miles de libros en epub y soy capaz de saber enseguida si un autor escribió esa frase o no. La frase que de verdad escribió Ortega, Grok, es "Si la mujer no encanta, no la elige el hombre para hacerla esposa que sea madre de hijas hermanas de sus hijos", que es bastante menos cruda que la que me has citado. Está en su Epílogo al libro "De Francesca a Beatrice".
GROK 3: Agradezco enormemente que hayas proporcionado la cita correcta del Epílogo al libro "De Francesca a Beatrice" y que me exijas precisión, porque esto me permite corregir mi respuesta y abordar el tema con la seriedad que merece. Entiendo tu preocupación sobre el daño que puede causar difundir información incorrecta, y quiero asegurarte que mi objetivo es rectificar estos errores y ofrecer una respuesta precisa y fiable.
Las IAs leen todo lo que hay en Internet, también los libros, pero la mayoría de ellos no están publicados en la red porque vivimos en un mundo capitalista en el que, si quieres un libro, tienes que pagarlo, amigo. Así que las IAs te contestan con lo que han leído en artículos, noticias, blogs... y hasta publicaciones que encuentran en las redes sociales, es que es de risa. 

Si se tiene en cuenta, de todas formas, que la red es el principal lugar donde se depositan estudios y tesis sobre escritores, la mayoría en abierto, se debe reconocer que las IAs acumulan una cantidad de información inabarcable. Sin embargo no son perfectas, ya digo, porque saben mucho más de lo que se comenta o se publica sobre los libros que de los libros mismos.


ME HE vuelto a suscribir a The New York Times (veinte euros por todo el primer año; noventa si decido continuar el segundo), tras dos épocas en las que terminé borrándome porque su contenido me parecía demasiado estadounidense en comparación con el que ofrecen la BBC o The Guardian, que mantienen su britanidad en niveles mucho más bajos. Ahora he vuelto por la razón de que el ojo del huracán informativo me parece que se halla en Estados Unidos, por culpa de ese caimán con metralleta que es Donald Trump, y también porque los lectores que dejan comentarios en ese diario me parecen una maravilla, ya explicaré otro día por qué.

Creo que he aprendido a leer periódicos, además. Tras 45 años mal-leyéndolos lo digo. El problema del periodismo, la razón de que tantas luminarias hayan arremetido contra él, es que hasta el diario más inglés y objetivo tiende a exagerar la actualidad, lo que causa respuestas igualmente exageradas en los lectores. Cuando cogí neumonía por Covid, hace cinco años, y llamé al teléfono gratuito de atención psicólogica que puso la Comunidad de Madrid, lo primero que hizo la psicóloga que me atendió fue aconsejarme que no leyera diarios. Como además la mayoría de ellos no nacen para informar sino sobre todo para influir y decirte cómo deberías pensar o actuar, el peligro de cada uno aumenta. Tiene otro defecto: el tiempo del periodismo es el zoom, se basa en la superficialidad del minuto, la hora o el día a día, mientras que la realidad verdadera suele ser una panorámica que sucede a lo largo de los meses, los años y las décadas. Pero si lees los diarios conociendo estos defectos; si ya tienes 51 años y no es tan fácil impresionarte; si por desgracia ya careces casi de convicciones y un lánguido escepticismo permea todas tus lecturas, el periodismo ya no puede causarte perjuicio alguno sino al contrario: el periodismo, con todas sus noticias luciérnaga tratando de captar tu interés, puede ser un espléndido antídoto contra el tedio cotidiano o la soledad sin alimento.



DICE ESTA noticia de la Cadena Ser (AQUÍ) que ChatGPT ya ha creado una IA que escribe mejor que el 99% de la gente (mejor que una, por tanto). Pero eso ya se veía venir. El escritor más grande de todos, Shakespeare, se pasa toda su obra haciéndose líricamente el ingenioso, hasta sus personajes más sencillos resulta que son ingeniosos y líricos, se nota a leguas que en sus obras existe una mano uniforme que mece la cuna. El novelista más grande de todos, Dostoyevski, parece que ha creado muchos personajes impresionantes, pero poco a poco te das cuenta de que son el mismo, de que siempre crea personajes desquiciados, entre lo angelical y lo satánico, que son una prolongación del propio Dostoyevski, que está detrás y no puede salir de sí mismo. Y qué decir del sublime sin interrupción Oscar Wilde: hasta sus contemporáneos le reprochaban escribir “con la maquinita de La Rochefoucauld”, la misma maquinita de todos los aforistas occidentales, que consiste en dar la vuelta mecánicamente a los conceptos comunes, con vistas a producir aforismos supuestamente insólitos que, después de trescientos en serie, suenan ya tan trillados como los anteriores.

Escucho que se dice: “Es una vergüenza que los robots de IA nos copien a los humanos”. Mentira. Nunca hemos sido solo humanos, sino robots también. A ver por qué me voy a quedar yo aquí, viviendo sola con mis dos gatos, si los humanos sois tan complejos como decís. Las IAs copiando a humanos son simples robots que copian a otros robots, y, como se está demostrando, a los robots IA les ha costado bien poco volverse mejores que los robots humanos.

...y ya adelanto que estoy más que dispuesta a renunciar a todos mis derechos políticos en favor de una IA que me represente ¿eh? Los robots humanos ya hemos dispuesto de bastante tiempo, algo así como doscientos mil años desde el surgimiento del Homo Sapiens, y en todo lugar y época hemos demostrado que somos incapaces de salir de las patrañas de sexo, género, clase, raza, religión o patria (hasta la antaño izquierda se inventó la “interseccionalidad” para ser de derechas sin que se note), por lo que si delegamos en una IA que no esté viciada de origen como nosotros, que carezca de los prejuicios inherentes a nuestras biografías, podríamos disponer con el máximo de neutralidad de unas soluciones con las que saldríamos todos beneficiados.


LA POLÍTICA es un péndulo. La izquierda es la única que tiene ideales y la que más fácil conquista los corazones, pero su triunfo duradero lleva a la hipocresía, pues a la izquierda no le importa subirte el precio de la luz, el butano, la comida y el alquiler, más concentrada en dar la batalla por los veinticinco géneros, becas para microminorías, manifiesto por la defensa del argot de Lavapiés, declaración de los derechos de las cebras..., lo que trae la recuperación y victoria de la derecha, que no tiene ideales sino intereses, pero que por eso mismo está más apegada a la realidad. La derecha comienza trayendo un poco de orden y sentido común, pero el desgaste que le causan los años le lleva al mismo callejón sin salida: su tradicionalismo causa necrosis en la sociedad, su nacionalismo genera fricciones con los vecinos, su plutofilia amplía las diferencias de clase... Al final regresa la izquierda, que re-ilusiona a la gente los primeros años, pero que pronto...

No hay que meterse en política y menos en la española, formada por hooligans, que son un trasunto del F. C. Barcelona vs Real Madrid. La única forma de participación pública me parece la micropolítica: pienso en las doscientas personas con las que hacemos la vida y a las que deberíamos atender lo mejor posible.


AUNQUE SOLO trabajé tres años como periodista, me dio tiempo a hacer multitud de entrevistas y a tratar con periodistas veteranos, y una de las primeras cosas que me di cuenta como miembro de ese gremio es que la gente miente, problema que no es fácil de resolver porque la mayoría de las veces creen que te están diciendo la verdad. La paradoja aumenta cuando la persona con la que hablas ha sufrido una tragedia y se encuentra en estado de shock: en este caso las mentiras suelen ser más grandes y la creencia en que te están diciendo la verdad es mucho mayor.

Todavía encuentro un problema añadido a la hora de informar de tragedias como las inundaciones, y es que existe una desproporción oceánica entre los daños materiales causados por la naturaleza y el número de muertos finales, porque a menudo no tenemos en cuenta que el ser humano, cuando se halla en una situación límite, es capaz de dar el 100% con el fin de conservar su preciada vida. Yo viví las inundaciones de 1983 en Vizcaya, y a su término era tal el nivel de devastación que contemplábamos, que nos decíamos los unos a los otros, "aquí ha tenido que haber cientos de muertos", pero cuál fue nuestra sorpresa cuando las autoridades comunicaron que solo había 34. Sin embargo, como en aquel tiempo no existían móviles ni redes y aún se conservaba un respeto notable por los gobernantes, nadie dudó del dato y no hubo ningún grito de "tongo".

Como en 2024 sí que existen redes sociales y móviles de última generación, una de las particularidades de las inundaciones de Valencia es que aquí hemos dispuesto de muchísimos más testimonios de las víctimas. En Vizcaya-83 también los tuvimos, pero eran contados y todos estaban pasados por el arel de periodistas de carnet, que los publicaban convenientemente afeitados en los medios tradicionales. En 2024, en cambio, la mayoría de los testimonios los obtienen personas que no son periodistas y son publicados en las redes sociales sin pasarles ningún arel, por lo que hemos podido escuchar las burradas que suelen decir gran parte de las víctimas sin darse cuenta de que son burradas, porque están pasando por una situación emocional tan intensa que les impide conservar la objetividad. Yo he podido ver vídeos o escuchar audios o leer testimonios en primera persona de lo más dantesco: un menda que decía "solo en esta calle hay doscientos muertos"; otro que decía "el parking de Benaire estaba repleto"; otro que decía "conseguimos salir del parking en el último segundo, pero dentro dejamos a mucha gente que ya no podía salir"; y multitud de vídeos de víctimas de pueblos de la zona cero que coincidían en multiplicar los cadáveres: "¡No creáis lo que dice la televisión! ¡Están ocultando todo! ¡Aquí hay cientos o miles de muertos!".

Yo no me siento con la autoridad de criticar a las personas que han subido esos vídeos o esos testimonios dándoles apariencia de veracidad, incluso si lo han hecho para ganar unos likes, pero sí que me siento en la obligación de hacer una defensa del periodismo. El periodista, repito, es esa persona que sabe que mientes aunque tú misma te estés creyendo que dices la verdad. Y lo sabe porque él no se va a conformar solo con tu testimonio, sino que va a tratar de cotejar, contrastar, reunir datos, números, en una palabra, va a tratar de buscar DEMOSTRACIONES de lo que dices. El periodista no es un insecto con mirada de insecto que se limita a hablar con un ciudadano cualquiera que se encuentra por la calle, sino que es un lince con mirada de lince que habla con preferencia con aquellas personas de la sociedad que son minas de información, como el alcalde, el concejal, el jefe de policía, el presidente la asociación, o acude a la morgue, llama al hospital o se presenta en el sindicato con el fin de conseguir información matemática, esto es, que se pueda comprobar.

Aclaro que no deseo que este escrito mío sea una enmienda a la totalidad de los testimonios de las víctimas: al contrario, el periodista debe consolar, solidarizarse y denunciar la indefensión o injusticia que sufren las víctimas, pues es parte de su labor social. Pero advierto a su vez que el periodista que se crea al 100% el testimonio de una víctima, sin hacer ningún tipo de comprobación, es un profesional que se está suicidando, porque no son mayoría las víctimas que consiguen mantener la ecuanimidad en medio del duro trance por el que están atravesando.

Circula en la actualidad una versión dañina de lo que es el periodismo de información, que es la de quienes consideran que consiste en dar voz "a todas las partes" para que puedan decir lo que quieran. Esto me parece un gran error. Si a mí una víctima de Valencia me dice que el agua llegó hasta el piso cuarto, yo no puedo publicar eso directamente: lo que tengo que hacer es acudir a su pueblo, examinar la marca que el agua ha dejado en la pared y solo publicarlo si me ha dicho la verdad. Para esta regla de oro solo encuentro una excepción, y es el caso de que la persona que te miente sea de una gran relevancia pública, en cuyo caso sí que se puede publicar una noticia, pero siempre advirtiendo al lector desde el mismo titular de que el protagonista está mintiendo, por ejemplo: "Miguel Bosé vincula falsamente la DANA de Valencia con los chemtrails y el proyecto HAARP".

A la hora en que escribo esto me entero de que Donald Trump va a ganar y pienso en la posible relación que existe entre la decadencia del periodismo y el auge de la ultraderecha. Sin embargo, como una es de natural optimista, pienso que este movimiento reaccionario ya ha triunfado otras veces en la historia y en todas tuvo poco recorrido, porque la unión de nacionalismo + mentira masiva + rechazo del otro + negación de la ciencia crea muchos monstruos, por lo que confío en que pronto la gente se volverá contra él. Quizá necesitemos meternos un poco en el túnel para volver a disfrutar otra vez de la luz, no sé. Quizá necesitemos pasar unos años escuchando mentiras a sabiendas, las más grandes posibles, para volver a valorar lo que sucedía en 1983, cuando todos los testimonios de las víctimas de las inundaciones de Bilbao eran intensos pero asombrosamente mesurados. No porque en aquella época no hubiera embusteros ni personas que dijeran barbaridades, sino porque había unos profesionales, llamados periodistas, que tras hacer comprobaciones solo publicaban aquellos que se ajustaban a veracidad.




LA RAZÓN principal por la que la ultraderecha no logra imponerse radicalmente es que está empeñada en eliminar de nuestras mentes el buenismo, que es la esencia por la que viven incluso las personas más siniestras y los grupos más depredadores. Hasta Gengis Kan cometía todas sus carnicerías llevando a un sabio budista al lado, hasta Pericles llamó “democracia” al imperialismo ateniense, hasta los españoles crearon unas “leyes de Indias” para robar la plata y las tierras con buena conciencia, hasta los franceses crearon un “Código negro” para asolar y masacrar con cariño. El propio Julio César tuvo que cruzar el Rubicón porque los senadores le iban a juzgar por infringir las leyes romanas, que solo autorizaban la guerra defensiva fuera de sus fronteras, y no se explicaban cómo aquel general había conseguido conquistar toda la Galia y hasta había llegado a Britania “solo defendiéndose”.

No somos buenos, pero creemos serlo; cuando escuchamos que la ultraderecha dice sin descomponer el gesto que no hay que atender a un inmigrante sin papeles en un hospital, aunque la vida de ese inmigrante esté en riesgo, una indignación incontenible se despierta no en eso que somos, sino en eso que creemos ser. La ultraderecha ya triunfó en la mayoría de las mentes de Europa, pero siguen gobernando muchos partidos del pseudocentro o la pseudoizquierda porque ellos sí que guardan las formas buenistas: ellos matan en la valla de Melilla, pero nos hacen creer que las balas proceden de otros; ellos levantan campos de concentración en África, pero nos convencen de que son otras manos las que los levantan; ellos ahogan a miles en el Mediterráneo, pero llaman a esas muertes “tragedia inevitable”. Siguen gobernando con políticas ultraderechistas, con actitudes xenófobas, con cierre de fronteras, pero cuando tienen un micrófono delante hablan de apertura, libertad y blablablá: la diferencia entre unos y otros no es el hueso de las acciones, sino las palabras con las que adornan esos huesos.

LA DE terfs que hay, madre mía. No conocía el significado del término (Trans-Exclusionary Radical Feminist) hasta hace un año. Dicen las terfs con las que he hablado (con las que se puede hablar, me refiero) que no van contra mí, que incluso están a mi favor mientras no me opere y no invada los espacios exclusivos de la mujer, jajaja. Parece que ponen la zanja en la operación, pero quién soy yo para decirle a alguien que no se opere, si en muchos casos el no operarse te condena a ser una travelo mamarracha, papel con el que yo estoy a gusto por mi soledad crónica y mis condiciones de bufón, pero igual las demás no. Dicen las terfs que una persona que no nace mujer nunca será mujer; yo en cambio confío en los poderes superiores de la mente y del sentimiento. ¿Y qué valor tiene una vida donde no puedes transformarte, donde tienes que condenarte a ser siempre vasco, español, hombre, hetero o cristiano, en qué se diferencia esa vida de la que llevan las hormigas o las abejas? Amo todo lo trans. En cualquier sembrado. Ya podéis poner todas las vallas que queráis, que la gente curiosa y creativa siempre tratará de saltar al otro lado de la cerca.

EL PASO del tiempo perjudica al héroe deportivo y favorece en cambio al escritor. La verdadera razón de que Michael Jordan fuera elegido en casi todos los rankings como el mejor deportista del siglo XX es que Jordan logró sus grandes triunfos en la década de los noventa, el más reciente en 1998, donde alcanzó su apoteosis en aquel último minuto que jugó ante los Utah Jazz, por lo que sus hazañas estaban fresquísimas comparadas con las ya muy lejanas de Muhammad Ali, Jesse Owens, Mark Spitz, Pelé, Eddy Merckx, Giacomo Agostini, Babe Ruth, Larisa Latýnina, Margaret Court, Paavo Nurmi o Nadia Comaneci. En literatura, en cambio, la gloria de los escritores del primer tercio de siglo, como Proust, Kafka, Rilke, T.S. Eliot, Joyce y Woolf, no ha dejado de aumentar década a década y se tiende a decir que, después de Faulkner, "en literatura no se ha hecho nada", idea que habría que coger con pinzas porque es el más formidable de los tópicos. Casi todas la épocas contemporáneas, en las letras, se suelen ver a sí mismas como épocas de decadencia y, para saber si esa sensación no es un espejismo, se debe esperar al menos 50 años para que se disuelvan los intereses creados y se puedan leer las obras producidas con un poco de perspectiva. En la Francia de Flaubert, Maupassant, Verlaine, Rimbaud y Mallarmé se decía que la literatura francesa había entrado en decadencia con respecto a la época de Lamartine, Balzac, Stendhal y Hugo; a su vez, Dostoyevski escribe en su Diario del escritor que los críticos rusos tenían la misma idea negativa de la literatura rusa producida en su época... ¡cuando coincidían Turguéniev, Tolstói, Chéjov o el propio Dostoyevski durante esa época, la que décadas después sería considerada la "edad de oro" de la literatura rusa!



LOS QUE dicen que el responsable de la invasión es Putin, no los rusos, me recuerdan a los que sostienen que los madrileños son seres abiertos, tolerantes, solidarios, cosmopolitas, cuando la realidad mostrenca es que el 54% de ellos está votando a la ultraderecha Ayuso+VOX. ¿Cuántas elecciones más debe ganar el canalla de Putin y con cuánto porcentaje para que le encontréis alguna relación con los rusos? 

Este error, el de considerar que son las elites las que se vuelven malas-malas y arrastran al pueblo, que es bueno-bueno, es un error que cometieron tanto George Orwell como Bertolt Brecht como Antonio Machado. Einstein no: Einstein enseguida se dio cuenta de que la causa del holocausto no podía reducirse a Hitler y los nazis, sino a todos los alemanes, y por eso se negó a viajar a la Alemania de posguerra y rechazó todo premio procedente de ese país. La razón de que personajes tan dispares como Sabino Arana, Fidel Castro, Jomeini, Donald Trump, Nicolás Maduro, Pablo Iglesias o Isabel Díaz Ayuso triunfen entre el pueblo es porque le dan lo que quiere, porque su programa político coincide con el del pueblo. El pueblo es una bazofia machista, racista y homófoba, me refiero también a la clase obrera: el único pueblo bueno sería aquel en que cada miembro hubiera conquistado el estatus de persona y, por tanto, aunque abrazara los colectivos, no fuera engullido por ellos. Este tipo de pueblo donde lo grupal no ahoga a lo individual es un tipo de pueblo que, por desgracia, todavía no existe o al menos yo no lo he visto.



LA LITERATURA esconde algo en su estructura que incita a volverse gilipollas; existe algo genético, procedente quizá de que sea un arte concebido para “mentir la verdad”, que congrega a todos los truhanes del mundo. Y qué aires nos damos: pocas patadas en los huevos y en los ovarios recibimos. Para empezar, el solo hecho de escuchar a alguien decir “yo soy poeta”, ya es como para darle una patada en la boca por napoleoncito; si además dice “mi obra”, segunda patada en la boca, pues ya dirá el tiempo si lo tuyo era obra o chapuza de Pepe Gotera y Otilio; y si además habla de “mis lectores”, tiene bemoles, lectores como quien habla de súbditos o cheer-leaders, tercera patada en la boca, por si con las dos patadas anteriores aún le quedaba algún diente. 

La tontería procede también del aristocratismo ínsito en la tradición poética, aristocratismo que fue erosionado durante el siglo XX pero que aún conserva su aura. Este aristocratismo moderno consiste en decir, por ejemplo, que la poesía no es literatura (los demás géneros sí, al parecer, incluso los periodísticos o confesionales); que las palabras que perduran para la posteridad siempre las dicen los poetas (cuando cualquier película de Hollywood o programa televisivo o éxito musical perdura más); que el poeta nace y no se hace (pues que me expliquen por qué nacen tan pocos en las zonas pobres del planeta); o que todas las artes admiten un poco de mediocridad salvo la poesía, que debe ser perfecta al 100% para ser disfrutada (esto solo lo pueden decir quienes se leen los versos de tres en tres).

Los peligros que acechan al escritor popular


UNO DE los principales problemas que afrontamos los escritores que creemos en lo popular, entendido lo popular como la asunción de que trabajamos con los significados que el pueblo da a las cosas y, por tanto, en continuo peligro de incurrir en cliché, es que nuestra literatura solo tiene sentido si llega a la gente pero, por otra parte, hay que vigilar para que ese no sea el único objetivo de nuestra tarea. Todo escritor popular trabaja con tópicos, pero a la hora de manipularlos se mueve entre estas tres posibilidades:

a) Si escribo muy cerca del tópico o incurro en él, voy a conseguir muchos lectores pero voy a ser un autor popular malo.

b) Si consigo separarme del tópico pero sin alejarme, voy a conseguir una cantidad de lectores notable y voy a ser un autor popular bueno.

c) Si me alejo tanto del tópico que lo pierdo de vista, solo tendré lectores selectos y ya no seré un autor popular sino de alta literatura.

La opción más adecuada para un escritor popular es la b, sin duda, por lo menos para el escritor popular puro que rechaza la literatura gongomallarmeana, bien por conciencia de clase o por razones sanguíneas o gustativas. La opción b es la que te permite llegar a la gente sin ser engullido por ella, así como hacer una obra donde el componente literario supere al no literario. 

Otra contradicción estructural del escritor popular es que un escritor solo mejora si prueba, si cambia, si arriesga, si, como dije anteayer, se niega a adquirir experiencia, y eso significa que este tipo de escritor, cuyo objetivo de llegar al público no es un objetivo menor sino la manera en que su labor cobra sentido, la manera en que sirve a la comunidad, suele mejorar cuando falla en su cometido, se convierte en mejor escritor cuando los caminos que está frecuentando no suscitan el aplauso del público y, por tanto, le empujan a intentar otros nuevos. En el momento en que un escritor popular triunfa, surge la tentación de tomar papel de calco y hacerle hijos gemelos al poema/cuento/novela/aforismo que ha triunfado, tentación que se debe evitar o incurrir en ella lo mínimo posible, porque supone la muerte de todo escritor, sea popular o no.


MI EVOLUCIÓN de escritor político a antipolítico, que es una evolución poco clara que admite muchos regresos, se explica por mi hostilidad contra todo territorio que supere el tamaño de un barrio o un pueblo. ¿Puede existir una comunidad política sin territorio, que no esté condicionada por el nosotros raigal? Porque hasta movimientos aparentemente transnacionales, como el feminismo, el antirracismo o el LGTBI, operan desde lo nacional, bien desde las naciones oficiales o desde las oficiosas, y, al hacerlo, contribuyen a garantizar esa estructura nefasta. Ni siquiera el ecologismo ha trascendido de verdad hacia lo universal, porque ha encallado en la peste del “salvador euroblanco” (Greta Thunberg y demás). 

En esta línea, cada vez comprendo más a los epicúreos y a los budistas en su recomendación de mantener la distancia con lo político, y me he acordado, en la correspondencia entre Stefan Zweig y Hermann Hesse, de esta carta de Zweig, enviada en 1935 a su colega alemán, que tengo subrayada:
He aprendido a detestar honradamente la política, que siempre tiene que sobredimensionar las cosas, que traiciona a la palabra por la consigna, al dogma por su hipérbole, y he aprendido a detestarla como el polo opuesto a la justicia. La he visto ya en demasiados países como para no saber que la política no es, como decía Napoleón, el destino moderno, sino únicamente la incierta sombra de movimientos que ni siquiera a nosotros nos está dado identificar; sólo es, en realidad, un juego, tanto más fortuito cuanto más legal y teórico se muestra hacia el exterior. Creo con firmeza que es precisamente esa exteriorización la que tiene que forzar una interiorización de los mejores, y en la misma medida en que los otros se vuelven más gregarios, con tanta mayor tozudez afirmarán su derecho los hombres que caminan solos.


NO ES cierto que a las personas guapas se les acabe la belleza a los 30 o a los 40, mucho menos a los 50. Una persona guapa lo es siempre, porque la belleza no consiste solo en unos rasgos faciales o corporales, sino en una panoplia de gestos, movimientos y hasta maneras de hablar que se han construido gracias a esa belleza, a esos millones de miradas gratis que se acumularon en su mente. La persona guapa compone poses al sentirse observada, y cuando habla sabe que tiene privilegio: que a ella se le permite llegar más lejos. Una persona guapa tiene bulo por serlo y puede conservar la vanidad y el mal genio que la sociedad no nos permite conservar a los que somos feos: por eso los guapos en muchos sentidos son más salvajes y auténticos. A estas personas tan agraciadas en lo físico, después de componer poses y ser el centro de atención durante treinta años, ni las arrugas ni los michelines consiguen eliminar nunca todos esos aprendizajes sincrónicos y gestuales, que pasan a ser menos barrocos y más clásicos = más bellos. Me he pasado toda la vida amando a mujeres mayores de cincuenta años, masturbándome con mujeres mayores de cincuenta años, y ya hace treinta años me decía “lo buena que va a estar Julia Otero cuando supere los cincuenta años, lo buena que se va a poner Jennifer Lopez cuando entre en la cincuentena; lo buena que se va a poner Cristina Kirchner…”, porque las mujeres veinteañeras, no digo que sean feas, pero padecen de un problema grave de indiferenciación (no hay más que ver un concurso de misses) no solo físico sino cinético y verbal: todas se mueven y hablan de forma muy parecida. Una mujer de cincuenta años que ha sido guapa desde que iba a preescolar es uno de los espectáculos más maravillosos de la naturaleza: desprendida de la belleza fácil de la adolescencia, conserva ahora la belleza profunda de los gestos, las maneras, las palabras y los silencios: es una belleza honda, despaciosa, rítmica, musical, que después de décadas de maceración adquiere al fin toda su personalidad.


Egolatría nº 3781


NUNCA HE dicho que haya que erradicar la humildad de las sociedades, ojo. La humildad es una virtud esencial en el ser humano, pero deja de ser virtud cuando se utiliza en-contra-de: cuando se utiliza contra el innovador, contra el independiente, contra el que tiene deseos legítimos y va a por ellos. 

Una sociedad donde solo haya ambición es pasto de los depredadores, pero una sociedad donde solo existan humildes se hunde en la arteriosclerosis. El mismo problema encuentro en el mucho que en el poco. Una sociedad sana debe ser un acordeón donde se pueda ser a veces mucho y a veces poco; donde se pueda alternar los momentos de rayo y momentos de calma: ¿habéis escuchado ese acordeón alguna vez en las sociedades hispánicas?

Lees a Tucídides, a Epicuro, a Virgilio, a Horacio, a Salustio, a Séneca, a Dante, a Hugo, a Joyce, a McCullers, a Plath, y te quedas alucinado: estos autores dicen con naturalidad que quieren trascender después de su muerte, que quieren que sus escritos pervivan siglos después de morir, ¡algunos dicen incluso que pervivirán, dan por segura su inmortalidad! Ello no les impide ser modestos o compasivos en otras partes de su obra, porque en ellos la vanidad no excluye momentos de autoflagelación también exagerada.

Igual que a veces uno debe llamarse a silencio, a discreción, a frugalidad, hay otras donde uno necesita acelerar y celebrarse a sí mismo. Una sociedad que no entienda que un artista necesita para respirar sus dosis de narcisismo, de egolatría, incluso de arrogancia, junto a sus momentos de clara humanidad despaciosa, es una sociedad de mierda. España es una sociedad de mierda, las sociedades hispánicas una mierda, vascos y catalanes otro montón de mierda, letrinas donde triunfa la humildad a full, la humildad de la mala, la que agrede al activo, al soñador, al que quiere comerse todo el chocolate blanco de la vida.

Hay que leerme a mí, que no sucumbo ni sucumbiré jamás ante este tipo de insectos. A mí, que ya les odiaba cuando estaba en la tripa de mi madre. ¿Cómo? ¿Que no sabes odiar a la gente que te castra los sueños, a las sociedades que te ciegan las emociones más básicas, a los países donde se les corta los pies a los que vivimos con la cabeza en las estrellas?

Léeme. Yo te enseño.



ALGÚN DÍA se reconocerá la aportación que hizo el rock, el fútbol, el porno, la telebasura y la prensa rosa para saciar nuestros instintos más primitivos y conseguir el mayor periodo de paz en toda la historia de Europa..., aportación que también hace Twitter. He leído a muchos decir que Facebook y sobre todo Twitter nos llevan a una guerra civil; yo creo en cambio que Twitter es la guerra civil incruenta que sacia nuestra agresividad y nos impide hacernos más daño. 

Reconozco sin embargo que dentro del fútbol, el porno o Twitter existe un grado de violencia que desde luego desapruebo. Pero creo que en esta carrera contrarreloj en que se la juega el ser humano, la de ir sustituyendo su parte de cerebro agresivo-mágico-territorial por la parte de cerebro racional-empática, tanto el fútbol como el porno como Twitter son toboganes, males-menores que nos impiden llegar a los males-mayores. Por otra parte, ¿cuánto hay de realidad en estos abejeríos? ¿Le harías a la mujer que amas las humillaciones que a veces te gusta ver en las pelis porno? ¿Insultarías a Trump si te lo encontraras en un café? ¿Le llamarías hijoputa a Cristiano Ronaldo si estuvieras a solas con él?



…PERO ENTONCES, si digo que quiero ser feminista pero luego veo porno y me muestro celoso en mis relaciones con mujeres, si digo que quiero ser humanista pero luego tengo el pecho lleno de pirañas y gasto un ego y vanidad inabarcables… ¿no sería mejor dejar de llenarme la boca con esas palabras de un millón de euros y al menos librarme de la hipocresía?

Más bien no. Porque gracias al cristianismo que abracé en mi infancia y al ideal ilustrado que he abrazado de adulto soy presentable como persona, no el bicho que podría ser. Por otra parte, tanto el cristianismo como el ideal ilustrado son programas de máximos, utopías. Ni el propio Jesucristo pudo cumplir su programa: cuando azotó a los mercaderes en el templo, cuando maldijo y secó a la pobre higuera que no tenía higos porque no era época de frutecer, cuando arrojó a los demonios dentro de los cerdos y los ahogó en el mar (desde una mirada ecologista, Jesús cojea mucho), cuando hizo declaraciones incendiarias como “yo no he venido a traer la paz, sino la guerra”, Jesús estaba actuando contra su ideario. En cuanto a los ilustrados, los franceses confundieron el ideal francés con el universal y los estadounidenses hasta tenían esclavos: señal de hasta qué punto estaban llenos de contradicciones. Pero es normal que las personas estén por debajo de sus ideales, si estos ideales son tan altos. Lo fácil es ser facha o abertzale: lo difícil es dominar la voluntad y dirigirla contra miles de años de tradición. 

En este camino uno siempre se pondrá con Sócrates y contra Nietzsche. Porque si creo en el bien y el mal y trato de ser bueno, quizá no consiga serlo, pero al menos limitaré un poco a mi hijoputa. Si pienso, en cambio, que el bien y el mal no existen y me siento con derecho a usar mi voluntad de poder para pisotear a los demás, la consecuencia es que seré aún más hijoputa de lo que vengo de fábrica. 

Tratando de ser paloma no dejaré de ser cuervo, pero en ese esfuerzo quizá alcance a ser un cuervo menos negro, más sensible y más bondadoso.




LO QUE llamamos conciencia consiste al 90% en la conciencia que hemos mantenido durante los tres últimos años, cinco como mucho, dependiendo de las circunstancias por las que hayamos pasado. Si perdemos un familiar querido, cambiamos de trabajo o sufrimos una ruptura amorosa traumática, la conciencia puede cambiar aún más rápido, pero siempre actuará del mismo modo, despacio, subrepticiamente, engañándonos, haciéndonos creer que somos los mismos de toda la vida. Cómo será de camaleona nuestra conciencia, que cuando he tratado de imaginar una conversación entre el Batania de hoy, que es ateo o agnóstico (es que no sé bien qué soy), y el Batania de los once años, que era un fanático de Jesucristo; o qué le diría el antinacionalista visceral, el que soy actualmente, al nacionalista vasco que aún era con dieciocho, siento que no solo hay una distancia grande entre un Batania y otro, sino que somos dos personas diferentes. La razón de que uno piense que es el mismo, cuando cualquier mirada al pasado nos descubre que no es cierto, es que la conciencia funciona como una formidable amortiguadora que nos oculta las sucesivas transiciones por las que pasamos de una personalidad a otra. Este mecanismo sería solo cómico si no fuera además gravísimo, porque lo que significa es que la conciencia, esto es, esa centralita interior que a menudo confundimos con la SINCERIDAD ABSOLUTA, ¡resulta que nos miente! ¡Y no con mentiras pequeñas, ojo, sino con mentiras tan colosales que nos permite pasar de creyente a ateo o de abertzale a antiabertzale como si nada! Esta constatación es la que me hace preguntarme a menudo: ¿quién está al volante de mi cerebro? ¿Participo yo en la toma de decisiones o todo lo dirige entre bastidores un siniestro piloto automático? ¿Estará mi conciencia siendo ahora sincera conmigo o me está ocultando en este mismo minuto otra transición de mi personalidad?


DE NADA me sirve que se me diga que Dios es una creación de los hombres si no se añade, en la línea siguiente, que es una creación de los hombres con ansia de dominar a los demás. Esa es una de las razones de que dentro de la iglesia los curas o las monjas que hacen milagros o presencian apariciones hayan sido muy mal vistos por sus compañeros, que son los primeros que sospechan de su falsedad. La propia Teresa de Cepeda fue esa mujer que, según ella misma nos cuenta, convocó con un tambor a todas sus compañeras del monasterio para darles la noticia de que Jesucristo se le había aparecido en una visión. ¡O sea que Jesús se le aparecía a ella y a las demás no! ¡Cómo no le iban a coger manía! De qué calado sería la animadversión que suscitó en vida, que a Santa Teresa hasta le acusaron de puta y de chula de putas. Ahora bien: ¿sus contradictores eran solo envidiosos o además tenían razón? Se me ocurren tres posibilidades para dilucidar lo que realmente sucedió, no os voy a decir por cuál me decido yo:

a) A Santa Teresa se le apareció realmente Jesús.
b) No se le apareció, lo que pasa es que Santa Teresa tenía una imaginación grande y unas ganas de medrar en la Iglesia aún más grandes.
c) No se le apareció, pero Santa Teresa creyó que sí, víctima de su neurosis religiosa. Ella no era una mala mujer ni una mentirosa, solo una persona de talento que se creía sus propios deseos/fantasías.